El Señor dice en el evangelio de hoy: “el que me come vivirá por mí”. Está explicando Jesús el misterio del pan de la eucaristía, que es el corazón de la vida de la Iglesia, donde vivimos del permanente don de Dios. Queremos hacer varias consideraciones apoyados en varios significados que podemos darle a la preposición “por”.

1) Vivir por la vida que da el Señor. “Yo soy la vida”, no sólo el origen de la vida, sino aquello que la sostiene. El latir de mi corazón y el respirar de mis pulmones se lo debo al Verbo, a cuya imagen he sido creado por el Padre. Por eso damos gracias a Dios por el misterio de la vida natural. Pero más allá de lo natural está la vida de los hijos de Dios, la vida nueva propia del Evangelio, donde Cristo nos hace partícipes de su intimidad con el Padre, y de la sobreabundancia de Amor que los une (el Espíritu Santo). Ese calor del amor de Dios es lo que da vida al hombre; el pecado y el mal congelan la vida, apagan la llama. Gracias, Señor, por darnos la vida divina de la gracia.

2) Vivir a través de Cristo, con sus mismos sentimientos. Es compartir la mirada de Dios, tal y como aparece en los Evangelios. Su mirada nos habla de sus intenciones, que dan razón de sus obras: la misericordia, la paciencia, la mansedumbre, la fortaleza, la sabiduría, la ternura, la magnanimidad… Son un cuadro de facetas que nos llaman constantemente a la conversión, pues descubrimos que en muchas ocasiones no reflejamos la grandeza del Corazón de Cristo, a través del cual ojalá vivamos y amemos siempre.

3) Vivir entregando la vida por amor a Cristo y a los hermanos. Vivir enamorados por el Amor de nuestra vida. Nada más fuerte en el mundo que el amor de Dios, que cautiva la vida, la transforma y la llena de sentido. Vivimos para satisfacer al Amado, complacerle y renovar todos los días nuestra entrega. Y fruto de esa entrega al Amado, brotará espontánea, sin apenas buscarla, una entrega decidida a los demás y un compromiso constante por servir y ayudar.