A veces queremos saberlo todo de golpe, pero eso no siempre es bueno. En el Evangelio el Señor anuncia que no puede explicárselo todo a sus apóstoles en aquel momento porque no podrían cargar con ello. El motivo de la reserva del Señor no hay que buscarlo en que Él no quiera decirnos algo, sino en nuestro bien. Ayer, mientras preparaba este comentario, veía las imágenes del último atentado perpetrado en Manchester. ¿Cómo comprender tanta violencia terrorista? Lo primero fue la oración por las víctimas y por sus familias. Que el Señor derrame sobre ellos su consuelo; que no les falte la compañía de las familias; que sean sostenidos en la esperanza por la solidaridad de todos.

También he pedido  por la conversión de los que han elegido ese camino criminal. Y, finalmente, también la petición a Dios, de que nos ayude a comprender lo que parece ciega locura; de que no deje que esa lógica violenta nos lleve a pensar como ellos y a olvidar que el amor es más fuerte que el amor.

Entonces he sentido que las palabras de Jesús no se refieren sólo a una luz intelectual por la que se nos hacen más inteligibles los misterios de la fe. El cardenal Newman, en Apologia pro vita sua, hablando del dogma de la infabilidad se refiere a aquellos que tienen prisa por que la Iglesia acepte una doctrina o condene algo. Desde sus conocimientos de la historia argumenta señalando que hay que estar dispuesto a aceptar los tiempos de Dios, porque Él sabe lo que es más conveniente para el hombre. Como el Espíritu Santo guía a la Iglesia, esta tiene sus tiempos y va explicitando en su magisterio los contenidos de la revelación. Siempre es para el bien del hombre. Por eso algunas verdades han tardado tanto tiempo en ser definidas de modo solemne.

Sí, eso es verdad. Pero el Espíritu Santo nos va conduciendo hacia la verdad plena también de otra manera, que es mediante la respuesta del amor frente al mal, del perdón al odio, de la verdadera fraternidad frente a los que intentan eliminar al diferente. El Espíritu Santo nos va conduciendo a responder desde el amor de Cristo, el que contemplamos en la Cruz y que él no deja de comunicarnos. También en eso el Señor tiene su tiempo y hemos de pedir al Señor que no decaigamos por el camino. ¡Necesitamos tanto de su presencia!

El Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo. Él es Dios. También se le conoce como Amor. Jesús nos da su amor, para que sigamos dando testimonio de él en medio de un mundo que, con frecuencia, no lo conoce. Atentados como el de Manchester nos hielan el corazón. Parece como si la pasión y resurrección de Cristo no hubieran valido para nada. El mal sigue presente, la violencia no decrece y el odio sigue anidando en muchos corazones. Una mirada más profunda y un corazón más abierto al Señor nos muestra en qué ha consistido la victoria de Cristo. Sabemos que ese mal no tiene la última palabra y que el amor puede vencer en nuestros corazones y en los de los demás hombres. Sabemos, desde Cristo, que es posible un mundo en justicia y paz; que Cristo no murió en vano.

Por eso pedimos por las víctimas; por los que lloran desconsoladamente; por los que se desaniman ante el terrorismo;… a unos el amor de Dios los llevará junto a sí, a otros les dará consuelo, a otros les hará crecer en la esperanza; a nosotros nos impulsa a seguir fieles a Cristo. Nos lleva a la verdad plena de su conocimiento, pero también a la verdad plena de nuestro discipulado. Por eso le pedimos que venga a nosotros y que no deje que la mentira del mal nos confunda ni nos asuste. Le pedimos que su fuerza nos lleve hasta el final en el amor de Cristo.