Mañana celebraremos la solemnidad de la Ascensión. Jesús, en el evangelio dice a sus apóstoles  «hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre«. En efecto, los apóstoles le habían pedido cosas a Cristo, pero no habían aprendido a pedir en nombre de Cristo. Jesús, con su subida al cielo abre el acceso al Padre.

Por otra parte, el libro de los Hechos narra los inicios de la Iglesia, en los que comienzan a cumplirse las palabras del Señor. Jesús está en el cielo, pero actual en su Iglesia. Lo que va sucediendo en el mundo es porque el intercede por nosotros ante el Padre y mueve el corazón de sus discípulos. Contemplar el misterio de la Ascensión nos lleva también a admirarnos ante el misterio de la Iglesia. Jesús en el cielo, pero no lejos de nosotros. Por eso durante la Pascua leemos tantos textos del libro de los Hechos.

Hoy en la primera lectura encontramos a Apolo. Este personaje es famoso, sobre todo, porque san Pablo se refiere a él en la carta a los Corintios. En aquel texto se nos recuerda que había varias facciones en la comunidad cristiana de Corinto y se habla de los seguidores de Pablo, de los de Apolo… Si sólo tuviéramos aquella referencia pensaríamos un poco mal del tal Apolo.

Pero en la primera lectura de hoy se nos dan más datos de este hombre. Se trata de una persona ilustrada procedente de Alejandría, que era famosa por su escuela filosófica. Apolo era un entusiasta que triunfaba cuando hablaba. Seguramente la gente le escuchaba con gusto y debía ser brillante en sus exposiciones. La lectura nos indica que Apolo no conocía perfectamente el camino del Señor, pero que cuanto sabía lo explicaba con exactitud. Estamos ante un hombre que sabe cosas, pero que no conoce todo. Me gusta el detalle de que Aquila y Priscila, a los que ya encontramos el otro día, lo tomaran por su cuenta y le acabaran de explicar el camino de Jesús. No lo rechazan, ni sienten envidia. Por el contrario ven en él una persona que puede servir a la Iglesia y le ayudan a completar su formación. Ellos mismos lo recomiendan para que sea bien recibido en Acaya.

Después Apolo desarrollará una importante labor apostólica que, señala Lucas, fue posible “con la ayuda de la gracia”. Ese punto nunca podemos olvidarlo. Dios se vale de nuestras cualidades naturales y nosotros hemos de aprender a reconocerlas en los demás. Lo importante es poner todos nuestros dones al servicio de Dios. Y, cuando lo hacemos, no hemos de olvidar que seguimos necesitando de la ayuda de la gracia. Con nuestras solas fuerzas tampoco conseguiríamos nada. Es Dios quien ha de fecundar todas nuestras acciones.

Algunos autores se han fijado en la importancia que tuvo para la Iglesia el encuentro de la filosofía griega con el Evangelio. Apolo sería un ejemplo de ello. De hecho, también en teología, sobresalió en los primeros siglos la escuela alejandrina. No se puede despreciar nada bueno de lo que hay en el mundo. Aquila y Priscila, nos dan ejemplo de ello. Todo lo bueno ha de ser ordenado a Dios, pero hay que tener una mirada limpia y libre de prejuicios para reconocerlo.

De Apolo no sabemos mucho más, pero queda para nosotros como un ejemplo de uso de la razón al servicio de la fe. También reconocemos en él como todos los dones naturales alcanzan su perfección cuando se ofrecen al Señor.

Jesús nos acompaña desde el cielo. Que nosotros sepamos también ordenar todas las cosas de nuestra vida hacia él.