En la primera lectura de hoy podemos ver el caso concreto de un hombre llamado Tobías que “se apiada y presta” y cuya “caridad es constante, sin falta” como dice el salmo. Tobías era un israelita de la tribu de Neftalí, que estaba situada al norte de la tierra prometida. Esta tribu fue llevada en cautiverio por el rey de los asirios, Salmanasar, a la lejana ciudad de Nínive sobre el año 720 a. de J.C. A pesar de sentirse prisionero en un país extraño, Tobías no abandonó la senda de la verdad, de forma que todos los días repartía generosamente cuanto tenía con los hermanos de su nación que también estaban cautivos como él.

Por otro lado el salmo de hoy nos dice:

“Dichoso quien teme al Señor

y ama de corazón sus mandatos.

Su linaje será poderoso en la tierra,

la descendencia del justo será bendita. R/.

En su casa habrá riquezas y abundancia…”

Cuando miramos a nuestro alrededor a las personas que conocemos, ¿vemos que éstas palabras se cumplen?, ¿y en la vida de Tobías? ,¿y en nuestra vida? ,¿y en la vida de Jesús de Nazaret?

¡Cuántas veces vemos a nuestro alrededor que a la gente que más buena y generosa les es va mal y que casi parece que les va mejor a los que sólo buscan el éxito y su beneficio!

Si miramos la historia de nuestro protagonista del Antiguo Testamento también vemos que hay momentos de todo: primero se gana el favor del rey Salmanasar, después el nieto de Salmanasar Senaquerib trata de matarle, después un día, cansado de enterrar a tantos, se quedó dormido junto a una pared y le cayó en los ojos estiércol caliente de un nido de golondrinas y se quedó ciego. Ese accidente le provoca una situación de mucha tensión en la relación con su mujer, que le acaba por desesperar. La mujer de Tobías llega a formular una dura e irónica crítica a su marido, pero que refleja no sólo la mentalidad de los creyentes de ésa época, sino a veces también la nuestra: “Es evidente que ha fracasado tu esperanza; ahora se ve el fruto de tus limosnas.” Muchas veces pensamos que si nos entregamos por los demás, si hacemos el bien en todo aquello que esté de nuestra mano, nos va a ir bien en la vida, vamos a tener prosperidad material; de alguna forma “Dios nos va a recompensar por ello”. Es verdad que Dios nos bendice con una dicha interior que no se puede comparar con ninguna alegría pasajera o efervescente que nos ofrece la sociedad, pero eso no significa que nuestro camino esté exento de dificultades o sea un camino de éxito material o espiritual. En el Evangelio de ayer Jesús nos lo muestra con el ejemplo del dueño de la viña.

El dueño de la viña es Dios Padre, el más generoso y compasivo, aquel que “se apiada y presta” y cuya “caridad es constante, sin falta”. Esto lo muestra mandando en cada época a sus enviados o profetas o “criados” y dando al hombre mil muestras de su amor y cuidado. La generosidad y compasión de éste padre llega a ser tan inexplicable que envía a su propio hijo, esperando que al menos éste sea respetado, pero es matando crucificándolo “fuera de la viña”, como un maldito y blasfemo fuera de la ciudad de Jerusalén. Con esto nos muestra Jesús, en su propia persona, que los caminos del amor no siempre son de éxito; conllevan mucha contradicción. Sobretodo deja claro que la bendición de Dios no siempre se expresa con signos externos, sino que es mucho más verdadera y profunda. Por ello como dice el salmo: “No temerá la malas noticias, su corazón está firme en el Señor. Su corazón está seguro, sin temor,” Esta bendición puede manifestarse con toda la fuerza justamente en medio del fracaso y el sufrimiento como sucedió en la vida de Jesús y de tantas personas santas a lo largo de la historia.