La gran suerte de la fe es saber que Dios me conoce mejor que yo, y que soy más de Él que de mí mismo. Ahí dejó la frase, para echarle horas de oración. Él sabe qué necesito y cuánto.

Un día me dijo un enfermo al que iban a cortar una pierna, por un problema cronificado de diabetes, que yo tenía que exigirle al Señor el milagro de conservar su pierna. Me gustó su valentía a la hora de pedir lo que imaginaba mejor para sí. Pero le fui muy claro, “yo si quieres rezo por tu pierna, pero si te parece vamos a pedirle al Señor un milagro mayor: que cuando te la corten, conserves la misma relación con Dios que has tenido hasta ahora; que no te amargues la existencia y mantengas el mismo cariño con tu mujer y tus hijos; que no pierdas la paz, porque no se es plenamente feliz con una pierna más o menos”. Cuando le amputaron la pierna volvió a hablar conmigo y me dijo, “cierto, le hemos pedido al Señor un milagro mayor, prometo estar preparado”.

Al Señor no le cuestan los milagros que estallan en derroche de confeti. El milagro mayor es que una persona reconozca sus pecados y que Dios los perdone sólo porque ha puesto su alma de rodillas.

Hace un año confesé a una anciana a punto de morir. “He odiado toda mi vida y ya va siendo hora de decírselo a Dios (no eran delirios ni miedos, sino un ejercicio de sinceridad). He odiado…..mucho. A mis padres… a mi padre, a mi madre, a los dos, me abandonaron en la guerra, he odiado tanto… (tenía la mirada precisa del odio que se reproduce en un escenario)…a los de un bando y otro, he odiado mi infancia, he odiado…también a mi marido, yo sabía de sus asuntos y callaba, callaba, es lo único que he hecho en la vida. He vivido en el odio, en la mentira, en un gran silencio, padre (no le pregunté nada, mi papel era el de puro receptor). Yo… yo…sólo he odiado (era cruel consigo misma, pero era mal momento para corregir su discurso. Nunca se había confesado, la primera confesión de niña fue un trámite. Ahora era tan consciente de cuánto decía que ni la enfermedad le ponía trabas en el habla). Le di la absolución milagrosa con la misma alegría que el Señor en el Evangelio de hoy, que perdona al paralítico y le hace andar.