La hija del Faraón se encuentra a un niño en el Nilo y lo llama Moisés, es decir “el que es salvado de las aguas”. Anuncia la Sagrada Escritura que va a ser un personaje excepcional, cuya vida es compleja y al mismo tiempo muy simbólica desde el día de su nacimiento.

El Nilo es un río muy peligroso por los animales que se crían en él, sobre todo los temidos cocodrilos más grandes del reino animal. Moisés tendrá una vida apasionante, dramática, llena de matices, de luchas y sobre todo, de presencia de Dios: en apenas 15 versículos encontramos el miedo de una madre desesperada; un providencial baño real; el providencial cuidado fraterno que devuelve el niño a la madre; un asesinato; un secreto a voces; el destierro voluntario. Una vida trepidante que corre río abajo.

A esto último alude el salmo responsorial: “Me arrastra la corriente”. De modo simbólico y en un sentido contrario a lo que afirma el salmo responsorial, podemos contemplar nuestra vida como ese canastillo en que nuestra vida se encuentra, que es arrastrado por la providencia divina rio abajo, con destino al mar de la eternidad. Nada ocurre por casualidad. El canastillo, dócil a la corriente, busca los lugares más fáciles para avanzar.

Pero existen peligros, como la vegetación que impide avanzar. Esos obstáculos impiden a la corriente de la providencia divina conducir nuestra vida. Es lo que le pasa a Jesús en el evangelio de hoy: le ponen obstáculos. Las palabras y milagros del Señor tienen sus frutos de conversión en todos los lugares a los que ha ido; pero no siempre encuentra disposición en los corazones a ser arrastrados por la Palabra de Dios y el soplo del Espíritu. De ahí la serias advertencias que hace a la conversión sobre Corazaín y Betsaida.

Es la denuncia del pecado social, esto es, cuando en el ambiente ciudadano se vive con valores y costumbres alejadas del bien. El magisterio de la Iglesia acuña el término “estructuras de pecado”, aludiendo a la atmósfera que se respira en una sociedad entera, más allá de las conciencias individuales. La globalización y la información instantánea nos permite detectar claramente estas estructuras de pecado, que no son en sí mismas el sujeto del pecado —siempre lo son las personas singulares— pero su influencia es tal sobre las personas que no dejan otras alternativas para actuar moralmente bien.

Las estructuras de pecado más evidentes en estos momentos son las que amenazan a la familia y ponen en peligro el ejercicio de derechos fundamentales, tras los que se esconden los más valiosos bienes morales: el derecho a la vida, el derecho a la educación de los hijos, el derecho al matrimonio según los designio divinos, el derecho a una vivienda, el derecho a un salario justo, el derecho a compatibilizar trabajo y familia, el derecho a la libertad religiosa, el derecho a la propiedad, el derecho a morir con dignidad (bíblicamente hablando, no me refiero a la eutanasia).

 

Pedimos al Señor que nuestros esfuerzos y sacrificios cotidianos por vivir según la providencia de Dios y no los mandatos arbitrarios de los hombres y las estructuras de pecado, ayuden a nuestra ciudad a que el Señor nos mire con más benevolencia que a Corazaín y Betsaida. Señor, ten piedad de Madrid: mira nuestra lucha por ser fieles a ti, a tu Iglesia.