Al escuchar las Lecturas que nos propone hoy la Liturgia no podemos dejar de preguntarnos cuál es nuestro tesoro, cuál es la perla por la que somos capaces de venderlo todo, de dejarlo todo. Todos tenemos un tesoro y una perla: unos son los bienes materiales, otros la fama, otros uno mismo… pero hay tesoros y perlas que se disfrazan de bien y que no nos dejan elegir, como Salomón, al Señor; éstos son muchas veces nuestro trabajo, nuestros estudios, nuestra familia, nuestros hijos, incluso nuestra parroquia, asociación o movimiento. Es necesario recordar las palabras de Jesús: “el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí” y “el que deja casa, padre, madre y hermanos por el Reino de los cielos, recibirá el ciento por uno”.
Nos pueden parecer unas palabras muy radicales… está bien dedicar un rato a la semana al Señor, cuando nos vamos haciendo mayores, está bien dedicarle, incluso, un rato al día… Si somos muy generosos y altruistas podemos involucrarnos más en las tareas parroquiales y sociales, podemos ir todos los días a Misa y rezar. Algunos pueden dedicar su vida al Señor, pero yo… Podemos hacer mil cosas buenas, que nuestras prioridades sean lícitas y justas y que nuestro tesoro verdadero no sea el Señor. Probablemente, si echamos un vistazo a nuestro interior de forma sincera sea así… Este es el primer paso. Sabiendo dónde está nuestro tesoro sabremos dónde tenemos el corazón y entonces podremos ponernos de rodillas delante del Señor para pedirse que se haga el centro de nuestra vida. Vender todo y seguir a Jesús es el desafío más grande de nuestra vida… El joven rico, que cumplía todos los mandamientos, que era, a los ojos del mundo, bueno moralmente, no fue capaz. ¿Y yo?
Nos sorprenderemos: “Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti”, y además, la Vida eterna.
UN TESORO EN MI CORAZÓN
Las realidades más hermosas se custodian y guardan en nuestro corazón, con verdadero amor y celo. A veces, cuesta tanto llegar a encontrar y hacer realidad, el bien que buscamos, nuestro más grande e íntimo anhelo.
El tesoro hallado, siempre será de libre opción, quedarnos para siempre con él, supondrá tener que renunciar a otras realidades, escribir «un cheque en blanco», a fondo perdido, como es entregar el corazón, todo el amor. Nuestro intransferible y personal «tesoro», habrá merecido la entrega total.
En el camino de la vida podemos encontrar, «tesoros» de mayor o menor valor, realidades que son un reclamo ambicioso, atractivo, enriquecedor, sin duda, muchas veces tentador.
No todo «tesoro» hallado es de Ley. Hemos de saber valorar y reconocer, la diferencia entre lo aparente y efímero, que hoy es y mañana queda en el olvido, de cuanto es genuino, lleva la señal de la honestidad, la fidelidad y la verdad.
Cegados por la inmediatez de creer haber logrado, el triunfo de nuestro personal «paraíso», tal vez, ignoramos nuestro destino, y como tantos creen: «a vivir que son dos días».
Jesús nos habla de un tesoro, sin ostentación ni grandeza, un verdadero regalo del Amor de Dios. Es comparable a una perla pequeña y fina que brilla con luz propia.
¿Qué tesoro queremos hallar? Es la pregunta definitiva, porque en ella nos va, no sólo el sentido de nuestra vida, sino la Vida con el Amor que nos transciende.
Hoy puede ser «tesoro» hallar un trabajo digno, una vivienda de modesto precio, una Parroquia donde sentirse acogido-a, poder compartir la fe, un hogar donde se viva en Comunión de amor, la amistad honesta y fraterna…
Luego del asombroso «milagro» que nos sobrecoge y nos hace experimentar el amor y guardar nuestro «tesoro», debemos pasar a ser don para quienes no tienen la alegría profunda de conocerlo y haberlo hallado, tal vez, otros se lo han arrebatado.
Que donde esté nuestro «tesoro», esté también nuestro corazón.
Miren Josune