Hoy celebramos la memoria de santa Clara, seguidora de san Francisco y fundador de las clarisa. Clara era de una familia rica pero, una Cuaresma, escuchando un sermón de san Francisco, decidió seguirlo y serle obediente en todo. Cuando su familia se enteró de que había abrazado una vida de pobreza intentaron disuadirla. Sus hermanos fueron a buscarla pero ella se resistió y les dijo: “Por amor a mi Cristo Jesús he renunciado totalmente a todo amor por lo material y mundano”.

Muchas veces la belleza de las palabras de Jesús, que no siempre aceptamos con facilidad, se nos iluminan con el ejemplo de los santos. Hoy Jesús nos habla de que hemos de perder la vida por él y, de esta manera reencontrarla. Es el movimiento que siempre pide el Señor, entregárselo todo, sin hacer acopio de reservas ni cálculos. De esa manera se puede recuperar todo. Si intentamos encontrar una fórmula humana para explicarlo no la hallamos. Sin embargo, cuando contemplamos a personas como santa Clara, se nos descubre la total verdad de las palabras del Señor. ¿Quién puede negar que la vida que encontró esta mujer es mucho mejor que todo lo que podía ofrecerle el mundo? De alguna manera intuimos que detrás de todas las promesas del mundo nos va a quedar un regusto amargo y que lo único que vamos a alcanzar es una especie de sucedáneo de la verdadera felicidad.

La renuncia cristiana es principalmente una aceptación: una elección. Lo vemos en las palabras que hemos citado de santa Clara y también en el evangelio de hoy. Jesús no habla sólo de dejar cosas o de perder la vida, sino de hacerlo por él. Esta renuncia a uno mismo es siempre por haber escogido a Jesús. Hemos de pedir la luz para darnos cuenta de que sólo en Él está nuestra vida. Me doy cuenta de que no es fácil. Pero todo lo que reservamos para nosotros nos impide acoger el amor que Jesús nos quiere dar. Él es el tesoro que anhela nuestro corazón. Comparado con Él el mundo vale nada.

La comparación que hace Jesús es muy gráfica y nos puede servir de criterio de juicio: ¿De qué sirve ganar el mundo si se pierde el alma? Continuamente podemos ver si las elecciones que hacemos enriquecen nuestro interior o lo debilitan: en las cosas materiales, en la relación con los demás, en los arrebatos de ira, de orgullo, de deseos de dominio,… En cambio hay una victoria sobre el mundo, que es la de la Cruz de Cristo. Por ello también el Señor nos llama a tomar la cruz. En la cruz se revela un amor más grande por el mundo en el que se rompe la dinámica del mundo que tiende a destruirnos como consecuencia del pecado. Desde la Cruz Jesús salva el mundo.

La cruz no son solo las contradicciones y sufrimientos, sino que nace del amor. La misma santa Clara decía: “el amor que no puede sufrir no es digno de este nombre”. La cruz nace del amor. Y la vivimos verdaderamente cuando estamos unidos a Jesús. Es esta una enseñanza de Jesús que no nos resulta fácil de asimilar. Por eso agradecemos el ejemplo de los santos que, como Clara, nos ayudan a descubrir la belleza. A su intercesión acudimos para que seamos capaces de acoger en nuestro corazón las enseñanzas de Jesús y ponerlas en práctica.