Las lecturas de este domingo nos ayudan a profundizar en la certeza de que Dios siempre está cerca de nosotros, incluso en las situaciones más difíciles en las que nos puede acechar la tentación de pensar que se ha retirado de este mundo.

En la primera lectura vemos como Elías, que está huyendo de la ira del rey, se refugia en una hendidura del monte Horeb. Allí recibe el consuelo de Dios, que llega en un “susurro”. En esa descripción se nos muestra la cercanía e intimidad de Dios con su profeta. Se trata de una experiencia interior, que llena de paz al que la vive. Aparentemente no cambia nada, pero algo ha sucedido en el corazón. Podemos hacernos una idea viendo los rostros incluso alegres de santos como Felipe Neri, Tomás Moro, Francisco de Sales… En situaciones muy diferentes no pierden la serenidad ante circunstancias difíciles, pero tampoco las afrontan con resignación estoica como si no hubiera otra salida, sino con la seguridad de que, por encima de todo, se está realizando el plan de Dios. Se saben sostenidos y acompañados por Él y así pueden cumplir su voluntad.

En el evangelio vemos a los apóstoles cumpliendo un mandato del Señor, quien les ha dicho que suban a la barca y vayan a la otra orilla. En su camino se encuentran con un viento contrario y fuerte oleaje. Con frecuencia se ha visto aquí una imagen de la realidad de la Iglesia, que avanza en medio de las dificultades de la historia, pero sin que le falte la protección del Señor, que el evangelio nos dice había subido a lo alto de la montaña para orar a solas. Jesús nunca nos deja solos. Siempre podemos acudir a él, y aún en momentos de oscuridad, no debemos dejar de pensar que él está cerca de nosotros. Además, siempre nos tiene presentes en el diálogo que mantiene con su Padre; somos objeto de su amor.

Los discípulos se asustan cuando el Señor aparece caminando sobre el agua. Pedro quiere comprobar si es el Señor y hace esa petición que nace de un corazón generoso: quiere ir junto a él. Jesús se lo permite, pero señala san Juan Crisóstomo que habiendo realizado lo difícil, que era caminar sobre las aguas, se deja vencer por lo pequeño y siente miedo por la fuerza del viento. Y el Cardenal Vanhoye señala que, a veces, hay personas que se lanzan con mucha generosidad a una tarea apostólica o caritativa, pero después se sienten en una situación extraña, porque la tentativa era exagerada y olvidan que es el Señor quien lo hace posible: falla la fe. Es lo que Jesús le dice a Pedro. En nuestra vida pueden suceder cosas muy grandes, y el Señor cuenta con nuestra libertad y generosidad. Pero siempre es Él quien lo hace todo posible. Y no se trata sólo de la decisión de un momento de fervor, sino que es preciso avanzar siempre en la fe. Es Cristo quien nos sostiene. En él está nuestra seguridad y fortaleza.

Con el salmo rezamos: “La misericordia y la fidelidad se encuentran/ (…) la fidelidad brota de la tierra/ y la justicia mira desde el cielo”. Es un texto que se puede aplicar al misterio de la Encarnación, ya que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Pero también nos mueve a unirnos por la fe a la persona de Jesús y así experimentar su amor, su justicia y la paz que brotan de vivir con él.