El Evangelio de hoy nos habla de un propietario que salió a contratar jornaleros para su viña en diferentes momentos del día y al final paga a todos por igual. Puede parecer que Dios es injusto y que no toma en cuenta a los que trabajaban desde la primera hora del día. Hoy nos vamos a fijar en otro aspecto: el contrato.

Lo que se percibe con fuerza es que se trata de un propietario que es muy sensible a la realidad de las personas que no tienen trabajo y que va contratando a todo el que se encuentra en la plaza sin hacer nada.

El paro es algo que hoy en día afecta a muchas personas, especialmente jóvenes en España. Hoy nos acordamos de ellos de forma especial y rezamos para que pronto puedan encontrar un trabajo digno. Pero también hay otros niveles de sentirnos contratados; me refiero a la cuestión de si como cristianos nos sentimos contratados por Dios para trabajar en su viña. Sabemos que su viña es el mundo, nuestra sociedad, nuestras familias; a fin de cuentas esa “parcela” o ese entorno que Dios nos confía de forma especial. La pregunta es: ¿Dónde nos encontramos cada uno de nosotros? ¿en la plaza sin trabajo, sin sentir que Dios nos confía nuestro entorno, que tenemos una misión en la vida que va más allá de nuestro trabajo o en la viña del Señor activos en la iglesia y evangelizando nuestro entorno?

Como dice el papa Francisco en el número 273 de la alegría del Evangelio: “Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás.”   ¡Qué forma tan distinta de estar presente en mi familia o en el trabajo si soy consciente de que Dios me pone ahí por algo! Porque de no sentirme contratado, estaré internamente “sentado en la plaza”  o como dice el papa en el mismo número: “ todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades. Dejará de ser pueblo.”

Sea cual sea nuestra edad o condición, nunca es tarde para escuchar del mismo Dios esta invitación: «Id también vosotros a mi viña.» Que podamos escuchar ésta llamada personalísima de Dios que nos necesita en nuestras familias y con nuestros amigos y estemos realmente presentes en lo que viven hijos con sus problemas y alegrías. También en  nuestras parroquias y podamos pasa de ser meros consumidores a ser cristianos activos, que descubren su responsabilidad en la preparación de novios al matrimonio, en la catequesis, en la visita a los alejados, etc.