Hace quince días que abrimos en la parroquia la inscripción a catequesis de infancia para la primera comunión. Sólo se inscriben los de primer curso, los de segundo y tercero siguen el mismo día a la misma hora. Lo pues en la página web un lunes 14 de agosto, puente y con ocho novenas partes de España de vacaciones, sin excluir este barrio. Al escribir este comentario hay 287 niños nuevos en la catequesis en la parroquia, por lo que es fácil que este año rondemos los mil niños en catequesis en total. Una maravilla, ciertamente, aunque dan trabajo. Pero recordando mis tiempos de sacerdote en la sierra, en la que tenía apenas una decena de niños en catequesis me falta el trato personal con cada familia. Con esos números y tan sólo dos (bueno, espero que tres), sacerdotes este año, pasa mucha gente por la parroquia con la que ni tan siquiera tienes oportunidad de hablar si no es en reuniones masivas.

San Pablo escribe a los Tesalonicenses: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de lo leal, recto e irreprochable que fue nuestro proceder con vosotros, los creyentes, fue leal, recto e irreprochable; sabéis perfectamente que, lo mismo que un padre con sus hijos, nosotros os exhortábamos a cada uno de vosotros, os animábamos y os urgíamos a llevar una vida digna de Dios, que os ha llamado a su reino y a su gloria”. El encuentro personal en la Iglesia es irrenunciable. Podemos hacer reuniones, asambleas, comités, mesas de negociación o happenings; pero sin encuentro personal, de tú a tú, no hay nada que hacer.

Hace años enterré a un bebé que murió de una muerte súbita que estaba sin bautizar pues su párroco siempre estaba muy ocupado para bautizar más de un fin de semana al mes. Cuando el bebé murió no pudo ir al tanatorio pues tenía una reunión muy importante con la comunidad. Esa familia se acercó a Dios a pesar de su párroco, que seguirá reunido en alguna parte.

Las reuniones son necesarias, pero no salvan. Quien basa su evangelización en reuniones es como quien ve un cementerio en una fotografía, pueden parecer hasta hermosos, obras de arte en piedra diseminadas por un campo. Pero el que se acerca a las personas conoce cada dolor que hay debajo de las lápidas, las lágrimas y lamentos derramadas, las vidas truncadas, la esperanza enterrada. No te acercas igual al libro de la “pastoral de exequias”, que a la tumba de tu padre o de tu hermano. Las reuniones hablan en plural, el encuentro habla a la persona, al corazón de cada persona.

No podemos ser hipócritas, de las cosas que más molestan al Señor. A muchos que, después de sesudas reuniones, sacan un manifiesto o una pastoral, les ponía yo unas cuantas horas en un confesionario a encontrarse con la realidad. Les cerraría los oídos para que dejasen de escucharse a sí mismos, para ser capaces de escuchar al Espíritu Santo que habla en cada persona. El hipócrita hace que escucha, pero no oye.

Es necesaria la dirección espiritual (llámalo como quieras), el confesionario, el despacho, el estar. No podemos ser una Iglesia de manifiestos. Obras son amores y no buenas razones.

Dentro de unos días estaré como loco organizando la catequesis y las demás actividades de la parroquia, le faltarán horas al día durante los próximos meses. Pero ojalá no deje de tener un tiempo para escuchar, para confesar, para “perder” el tiempo con las personas. También vosotros que no sois sacerdotes: no tengáis miedo a “perder” el tiempo con vuestro esposo o esposa, con vuestros hijos, con los amigos y los compañeros de trabajo. Es un tiempo precioso, es gloria, tiempo del cielo.

No imaginamos a la Virgen como una líder sindical arengando a las masas. Habla a sus hijos, al corazón de cada uno, y de cada corazón al mundo entero. Que ella sea la Señora de nuestros tiempos.