Mateo era un apestado, porque olía a dinero recaudado a los suyos, un mal tipo. Todos se fijaban en él para señalarlo, para acusarlo de maltratador del patrimonio de fe de Israel. Hay gente que por salvar el propio pellejo vende su alma, la de sus padres y la de sus primogénitos, así era Mateo, que por ganarse doble jornal, esquilmaba a los suyos. Pero el Señor lo miró con ternura y lo señaló, no para acusarlo sino para ganárselo.

Las cosas del Señor son siempre desconcertantes para el corazón humano, que se queda pequeño frente a la torrentera apasionada de Dios. Cuando el Señor decía que las prostitutas precederían a los hijos de la Ley en el Reino de los Cielos, afirmaba que para Dios no cuenta la realeza, la dignidad de la tradición, el pedigrí religioso o una presunta aristocracia espiritual, sino los actos de amor, capaces de arramblar con todo. Para el Señor nadie queda corrompido o condenado por sus acciones, un acto de amor basta para que todo su historial quede sanado.

Es el caso de Pedro, niega al mismo Maestro, pero este lo repara con una pregunta frontal, “¿me quieres?”. Antes de que María Magdalena conociera al Señor, tendría que estar destruida por el lastre de su propia vida, pero un pequeño detalle de amor hacia el Señor la restituye íntegramente, se recompone como sólo Dios puede hacer. ¿Y a Mateo?, le regala un puesto en la mesa de los doce. Me fascinan las historias que hablan más de la construcción milagrosa de lo humano por parte de la gracia, que las que hablan de la autodestrucción del hombre, los discursos cenizos, porque el Señor sopla y en décimas de segundo aviva el fuego.

De eso tiene mucha hambre el corazón humano, de que alguien se fije en él de una forma nueva, como le pasó a Jean Valjean en “Los miserables”. Roba los cubiertos y candelabros al sacerdote y cuando es apresado por la policía, les cuenta la milonga de que se los había regalado. Ya sabemos la historia de Víctor Hugo, cuando los guardias se marchan, el cura le dice a Jean Valjean que utilice el dinero que gane vendiendo sus regalos para convertirse en un hombre íntegro, un hombre de bien, porque esa es la vocación que Dios ha regalado a los hombres. Valjean rompe a llorar y en un segundo de gratitud pasa de ladrón a hombre transfigurado, deja atrás el mal que lo ha perseguido durante mucho tiempo y se decide por la justicia.

Aunque te sientas apestado, déjate mirar por quien sabe sacar se ti lo inesperado.