La feria mayor de “Témporas de acción de gracias y petición” está muy vinculada con la vida en el campo, cuando tras el verano, se elevaba el corazón agradecido al divino Hacedor por los bienes de la cosecha, y se pedía por la futura. Universalizando el sentido y dándole un sentido más espiritual y litúrgico, se puso a comienzos de curso una memoria en tres partes: el día primero para dar gracias, el segundo como día penitencial (preferentemente el viernes) y un tercero para pedir ayuda divina en el desarrollo de la actividad humana.

Hoy día, en la mayoría de lugares sólo se celebra un día con los tres sentidos: acción de gracias, perdón y petición. Es lo que tratan sucesivamente las tres lecturas de hoy.

La tradición judía ha estado siempre muy vinculada a la promesa de la tierra, lo que ahora llamamos Tierra Santa. Es el tema que aparece en la primera lectura: la promesa que hace Dios a través de Moisés de una tierra buena, fértil, un auténtico hogar para un pueblo exhausto de la esclavitud y del éxodo por el desierto. Quien escribe este comentario no ha estado nunca en Israel, pero quienes han ido apuntan que quizá haya lugares más plácidos para vivir, especialmente en verano. No nos pondríamos nunca de acuerdo en cuál es el mejor lugar del mundo para establecer nuestra morada. Está claro que la promesa de la tierra en el Deuteronomio apunta a la promesa de un cielo y tierra nuevos que nos trae Cristo, cuya bondad universal está fuera de cualquier discusión regional.

Aunque esperamos ese cielo y tierra nuevos, la actual creación en la que vivimos nos da motivos sobrados para elevar el corazón en acción de gracias por tantos beneficios recibidos, comenzando por los materiales, como la salud, los alimentos, la industria y la tecnología, y por los bienes espirituales, como los sacramentos, la educación, la cultura y el conocimiento. En este día se suele cantar algo que a muchos nos retrotrae a la infancia: Hoy, Señor, te damos gracias por la vida, la tierra y el sol; hoy, Señor, queremos cantar las grandezas de tu amor.

En segundo lugar, hacemos pública confesión de nuestros pecados ante la misericordia de Cristo redentor. San Pablo lo recuerda en su carta: Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Existe el perdón de los pecados y la reconciliación perfecta por el misterio pascual de Cristo, que se actualiza en la vida sacramental por el ministerio de la Iglesia. Nuestros pecados retardan y obstaculizan el designio del Señor, entorpecen la dilatación del corazón y genera división y miseria. Por eso, nos disponemos a pasar por las manos generosas y abiertas de Cristo en la cruz, reconociendo humildemente nuestros pecados, para que pueda sanarlos y curarlos.

Por último, pedimos ayuda a Dios. Nuestra oración confiada y perseverante se dirige a tantas y tantas necesidades personales y universales. Cuanto más amemos, más ayuda pediremos, porque tendremos ojos para ver lo que muchos no ven. Las peticiones en la misa de hoy son excepcionales. Quizá podamos cogerlas en otros momentos del año en nuestra oración personal para elevar súplicas al Padre de todos.