De nuevo el evangelio nos muestra a un personaje que intenta poner a prueba a Jesús. En este caso se trata de saber cual es el mandamiento más importante. Para los fariseos, que intentaban cumplir más de 600 preceptos, plantear esa pregunta era probar si el Señor conocía bien la ley e intentar dejarlo en evidencia. Jesús, siempre con el deseo de mover el corazón de quienes se acercan a él, a veces contesta de forma oscura y otras de manera muy directa. Hoy encontramos unas palabras clarísimas que hemos de acoger sin matizaciones de ningún tipo. El primer mandamiento es amar a Dios con todo nuestro ser. Ello equivale a decir que hemos sido creados para amar a Dios y que ese es el fin de nuestra vida. Nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nuestra memoria, nuestro núcleo más íntimo alcanzan su plenitud en volverse hacia Dios, en contemplarlo y amarlo. No hay que darle muchas vueltas. Así, dice san Bernardo: “Tú me preguntas por qué razón y con qué método o medida ha de ser amado Dios. Yo contesto: la razón para amar a Dios es Dios, el método y medida es amarlo sin método ni medida”, señalando así que todas nuestras fuerzas deben dedicarse a ello.

Jesús une este mandamiento a otro que le es semejante: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Un autor antiguo lo explicaba de esta manera: “el que ama al hombre es semejante al que ama a Dios, porque como el hombre es la imagen de Dios, Dios es amado en él como el rey es considerado en su retrato”. Al descubrir que los demás son imagen de Dios vamos tomando conciencia de que también nosotros hemos sido creados a su semejanza. De manera que se nos manda lo que corresponde a nuestra naturaleza y que, al hacer algún bien a cualquier hombre o mujer se lo hacemos a él.

Estas enseñanzas ya estaban contenidas en el Antiguo Testamento de alguna manera, como leemos en la primera lectura de hoy. Como señaló Benedicto XVI “la verdadera originalidad del Nuevo testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito”. Mirándolo a él comprendemos lo que verdaderamente se nos pide. Su presencia junto a nosotros nos anima a buscar lo que se nos pide. El mandamiento no responde sólo a un anhelo de nuestro corazón sino que es posible alcanzarlo porque Jesús está junto a nosotros. En la celebración de la Eucaristía podemos tomar especial conciencia de cómo nos ha amado entregando su vida por nosotros. También de cómo nos ama hasta el punto ofrecernos, mediante la comunión, la posibilidad de que nuestra voluntad, nuestro afecto y nuestros sentimientos se vayan adecuando a los suyos. El mismo Papa señalaba “en la comunión eucarística está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico de amor es fragmentaria en sí misma”. Y muchos autores, como santa Teresa de Jesús, insisten en que cuánto más amemos al prójimo más avanzaremos en el amor de Dios.

Lo que hoy escuchamos en el evangelio, precisamente por su carácter de mandamiento nuevo y principal, es algo que debe acompañar nuestra meditación diaria. Llamados a crecer en el amor que Dios nos tiene, toda nuestra vida ha de ser un continuo progresar en ese amor a Él y a nuestro prójimo. Sentimos la exigencia del precepto, pero aún más a fuerza del amor que Dios nos tiene y que nos va a ayudar a cumplirlo.