Hoy felicitamos a todos los seminaristas y catequistas por su santo patrón: San Carlos Borromeo. Es el gran impulsador del Concilio de Trento, fue su secretario general;  trabajador incansable, nos impulsa a no perder un minuto de nuestra vida para buscar la transformación de este mundo. Heredero de inmensas riquezas por su familia, las supo invertir en bien de la fundación de seminarios, creación de hospitales en tiempo de la peste, generosidad con los necesitados y acogida a todos sus hermanos en la fe. Con los débiles era muy comprensivo, con sus compañeros exigente pero gentil, consigo mismo era muy severo. Vendió todos los lujos del palacio arzobispal para ayudar a los más pobres de Milán, del que fue su gran pastor. Tuvo que sufrir hasta un atentado por un grupo de falsos religiosos que él supo desenmascarar. Pero la bala del sicario no acabo con su vida. Para él cada situación era la oportunidad de imitar los pasos de humildad que dio Cristo hacia la Pascua.

San Carlos Borromeo es el campeón de la fe que encarnó la palabra de Jesús: “quién pierda su vida por mí y por el evangelio se encontrará”. Su vida es un canto a la humildad. San Agustín hablaba de ella como “el camino auténtico del cristiano y la señal inequívoca de seguidor de Cristo”. La humildad no es la debilidad de personas con baja autoestima. Es una virtud, un modo de sentirse y de vivir con una nueva fortaleza. Es alejarse de toda altanería, es posicionarse contra la soberbia. Jesús la enseña magníficamente en su evangelio. La humildad no aborrece el ser reconocido, pero no busca el reconocimiento. Por eso invita a elegir el último puesto, para donar el primero a otro. La humildad es signo de una gran generosidad.

“Todo el que se enaltece será humillado y todo el que se humilla será enaltecido”. Parece una profecía y lo es. Pero también es una descripción maravillosa de la realidad. A todos nos abochorna y nos parece fétida la prepotencia de una persona. En seguida nos repugna su sobreabundancia de “ego” y andamos con la esperanza de que cometa un error para enseguida reírnos de él y echárselo en cara. He ahí que “el que se ensalza será humillado”. Por el contrario, nos estimula estar cerca de personas llenas de dones pero que no alardean de ellos o incluso ni los reconocen. Esos que quieren pasar desapercibidos en su hablar o en su actuar, pero que podrían dar lecciones a todos. Llenan de ternura y excitan el deseo de preguntarles o saber más de ellos, en cuanto destacan en algo, se les aplaude con cariño y adquieren el reconocimiento de todos. Ciertamente: “el que se humilla será ensalzado”.

Guárdalo en tu corazón. La humildad no es debilidad, es fortaleza de espíritu. La humildad no es pobreza mental, sino riqueza de corazón. La humildad no es la señal de los fracasados, sino el modo de vivir en esta tierra el mismo Hijo de Dios.

Y ahora reza con la Madre su Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor…”