Santos: Zacarías e Isabel (Elsa, Elisa, Liliana, Lisa, Babet, Betty), padres de Juan el Bautista; Galación, Epistema, Filoteo, Domnino, Teótimo, Silvano, Félix, Eusebio, Filoteo, mártires; Marcos, Fibicio, Román, Magno, Dominador, Milforte, obispos; Leto, presbítero; Marciana, Bertila, vírgenes; Rómulo, abad; María Rafols, fundadora de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, beata.

La alabanza más sintética, autorizada y profunda que se ha dicho de este matrimonio es que «ambos eran justos ante Dios». Fue nada menos que el evangelista san Lucas quien la hizo.

Se sabe que él era sacerdote del templo de Jerusalén y que su esposa Isabel era pariente –puede ser que prima– de la Virgen María. Se sabe, también por el testimonio evangélico y por sus propias palabras, que eran ya mayores y que no habían logrado tener descendencia por más deseada que fuera.

Un día, cumple Zacarías el oficio sacerdotal y, mientras ofrece el incienso, ve un ángel –se llama Gabriel– que le dice: «Tu oración ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo al que pondrás por nombre Juan».

Aunque Zacarías es un hombre piadoso y de fe, no da crédito a lo que está pasando. Cierto que los milagros son posibles y que Dios es el Todopoderoso, cierto que se cuenta en la historia un repertorio extenso de intervenciones divinas, cierto que conoce obras portentosas del Dios de Israel, pero que «esto» de tener el hijo tan deseado le pueda pasar a él, y que su buena esposa –«ahora» que es anciana– pueda concebir un hijo… en estas circunstancias… vamos, que no se lo cree del todo por más que a un ángel no se le vea todos los días.

El castigo por la debilidad de su fe será la mudez hasta que lo prometido de parte de Dios se cumpla. Cuando nace Juan –el futuro Bautista–, Zacarías recupera el habla, bendice a Dios y entona un canto de júbilo, profetizando. También Isabel prorrumpió en una exclamación sublime –que repetimos al rezar cada Avemaría– cuando estaba encinta y fue visitada por la Virgen: «Bendita tú entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre». Añadiendo: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte de Dios!».

Con Zacarías e Isabel, la fe es aclamada con exultación y reconocida en su inseparable oscuridad.