El Evangelio de hoy puede parecer contradictorio. Por un lado vemos a Jesús con muchísimo realismo hablando de la necesidad de calcular, de calibrar bien a lo que uno se enfrenta: «Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: «Este comenzó a edificar y no pudo terminar.» O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz.

Y por otro lado saca la conclusión: “Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.» Aquí nos habla de la necesidad de renunciar a todos los bienes y seguridades. Pero, ¿de qué construcción o de que batalla está hablando Jesús?

Jesús nos habla de “la torre de nuestra vida” y para ello, como cuando habla de construir sobre roca y no sobre arena, nos vuelve a remarcar, que lo importante es construir la vida sobre Su Amor y no sobre nuestras posibilidades materiales o sobre nuestro ego. Cuando nos llenamos de Su Amor es cuando somos capaces de sacrificarnos y de negarnos a nosotros mismos por amor a las personas que tenemos cerca. Todos conocemos relaciones de pareja o matrimoniales que fracasan porque se exigen el uno al otro la felicidad y ninguno está dispuesto a dejar su bienestar o intereses por el otro.

La batalla de la que nos habla Jesús es la batalla de construir el reino de Dios en la tierra, la batalla de ser un poquito mejores cada día, la batalla de no dejar que el mal que veo a mi alrededor me quite la esperanza, la batalla de amar de verdad a las personas como discípulo de Jesús y para ello nuestro mayor enemigo es nuestro ego. La mejor preparación y equipamiento para esta batalla es venderlo todo: mi orgullo, mis intereses, mi comodidad, etc. Al contrario de la batallas de nuestro mundo, en ésta cuanto más “desarmados” estemos mejor. Solamente las personas que no tienen nada que perder son capaces de defender la verdad, de luchar por sacar adelante la vida de los demás. Las personas verdaderamente humildes han sido capaces de vencer las mayores batallas tanto en sus propias casas como en la calle; han podido enfrentarse a los mayores retos de la vida y llegar a provocar grandes cambios en la sociedad.

Recordamos en éste día las palabras de Nelson Mandela, quien después de 27 años de cárcel, puede decir en una humildad enorme, que es “el capitán de su alma” :

Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.