No sé tú, pero a mí me empieza a cargar el ejercicio de la gran preparación al encuentro del Señor, lo digo porque los mejores encuentros son los que apenas se programan. Si piensas montar una fiesta por tu 40 cumpleaños crees que, para que todo salga bien, necesitas una organización escrupulosa, casi similar a un plan de negocios: asegurar que el catering sea de fiar, tener al día la lista de invitados, limpiar a fondo la casa, hablar con los vecinos para que no se te aloben por la posible subida de decibelios pasada la medianoche, etc. Lo paradójico es que la impecabilidad de la preparación no te garantiza el éxito, el resultado de cualquier encuentro humano es un acontecimiento que se nos va de las manos. A veces los curas cojeamos del espíritu de entrenador de fútbol. “Hay que prepararse a conciencia -decimos-, hay que hacer mucho ejercicio interior antes de salir a la intemperie de la Nochebuena, dispuestos a ganarle al Señor el corazón”. Igual el alpinista, con su estado de forma y sus aparejos.

Acabo de llegar de Tierra Santa. Los días previos pensé mandar un lote de mensajes al grupo de whats up, para que los peregrinos fueran abriendo boca. Pero después de una tarde de oración pensé, el éxito vendrá de la mano del encuentro con Él allí. Nuestro guión sólo sería el del turista inadvertido, que se tropieza con la belleza de los sitios que descubre. Ya en Tierra Santa el Señor esperaría. Y así ocurrió.

¿En Adviento? Poner atención al día, poco más, porque entre las voces de los días laborables el Señor llega con la suya y sus matices, y sólo la atención detenida la reconoce. El mejor ejemplo de Adviento me viene de la mano de un amigo que está a punto de morirse. Llevaba días con dolores e incómodo, le diagnosticaron cáncer de páncreas y metástasis de la que sólo se espera un milagro. Para estas cosas no hay preparación que valga. Pero dijo a los suyos que estaba dispuesto para el encuentro con el Señor, porque su vida había sido justamente esa preparación para la cita. La vida es eso, un espacio lujoso en el que el Señor se guarece de las distracciones y superficialidades para hacerse el encontradizo.

Si convertimos lo cotidiano en una subida al pico K2 , matamos lo ordinario, y el Señor se encuentra tan cómodo aquí… viéndote desde lo escondido… No te prepares, vive sólo lo que la Iglesia ha preparado para ti en la liturgia de hoy, y notarás otra presencia.