La escena de la curación del paralítico de Cafarnaún es especialmente emocionante. Además del la compasión de Jesús encontramos la osadía de aquellos cuatro personajes anónimos que condujeron al no menos desconocido paralítico ante Jesús.

Encontramos varios personajes. La multitud que llena la casa (algunos dicen que era la de Pedro). Jesús está rodeado de gente, pero no siempre los que están más cerca son los que salen más beneficiados. Entre estos hay unos escribas que, además indica san Marcos, estaban sentados. Aunque había mucha gente habían encontrado acomodo. Quizás la misma multitud, por respeto se lo había cedido o quizás ellos mismos se lo habían apropiado. Están esos cuatro desconocidos de los que ya hemos hablado (que algún padre de la Iglesia ve en ellos una alegoría de las virtudes, que yo no, porque si aquel hombre no podía andar es que sus virtudes no podían llevarlo), está el paralítico y está Cristo.

No sabemos de la fe del paralítico; si era mucha o escasa. De lo que no cabe duda es de que sí la tenían sus porteadores. Jesús les hace el encomio. También Jesús actúa en consonancia con la fe de aquellos hombres y le perdona los pecados al paralítico. Como el perdón de Jesús es real aquel hombre debió sentir una alegría tremenda, aunque seguía postrado.

Pero los escribas empezaron a farfullar interiormente. Detengámonos en eso, que muchas veces no hacen falta aspavientos exteriores ni grandes gestos para rechazar lo que Jesús hace. Lo piensan. Piensan mal y ahí ya rechazan a Cristo. En nuestro mundo tan de la apariencia y la pose se nos escapa la importancia de la interioridad. Pero dentro de cada uno pasan muchas cosas. Pasaban en el corazón de los que llevaron al paralítico; en éste que quedó justificado y en los escribas que en lugar de abrirse a la contemplación de la gracia malmeten interiormente contra Jesús. Uno se imagina que un escriba se dedica a levantar acta de lo que suceden, pero estos añadían notas a pie de página. Aquel día pusieron: “Blasfema”. No podían juzgar de lo que sucedía en el alma del paralítico y cargaron las tintas contra Jesús.

Pero Jesús también lee lo que se escribe en los corazones, aunque sea con mala sangre. Lee lo que borronearon los escribas y nuestros garabatos. Y les habló al corazón como había hecho con el paralítico y sus camilleros. Hizo aquel milagro tan vistoso y tan bien acompañado por el enfermo que, para evitar dudas y malentendidos; para que constara fielmente transcrito en el documento escribano, salió “a la vista de todos”. No sabemos que pasó en el interior de aquellos escribas, que mañana nos los encontramos de nuevo, y si sus corazones eran de piedra y lo habían grabado a cincel o si hicieron una tachadura. En cualquier caso tenemos aquí una invitación muy hermosa a acercarnos al sacramento de la confesión. Jesús quiere perdonarnos y limpiarnos el corazón y que después podamos andar para que otros lo vean y se admiren. Porque siempre mueve a conversión descubrir que la vida de otros ha cambiado.

Gracias Señor por tu misericordia.