Domingo 21-1-2018, III del Tiempo Ordinario (Mc 1,14-20)

 

«Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios». Reconozco que siempre me emociona abrir un libro ya terminado para volver a leerlo. De algún modo, la historia, aunque conocida, se hace nueva otra vez, nuevos los personajes, nuevos los escenarios, nuevas las sorpresas… Así nos sucede este domingo con el Evangelio de Marcos. Ya hemos dejado atrás la infancia de Jesús, los treinta años de vida oculta y los primeros momentos de su manifestación a Israel. Hoy, con la frescura de lo que comienza de nuevo, volvemos al inicio del ministerio público de Jesús. Volvemos a Galilea, volvemos a la expectación de las multitudes, volvemos a las primeras palabras de la predicación del Salvador. A partir de ahora, día tras día y domingo tras domingo, vamos a ir recorriendo paso a paso las palabras y las obras de Jesús. Un año más, todo comienza de nuevo. Quizás es un buen momento para preguntarnos si estamos dispuestos a recibir con la alegría de lo que es nuevo el mensaje del Evangelio. Porque a lo mejor tú y yo nos hemos acostumbrado a que Dios camine por los caminos del mundo sembrando su salvación.

 

«Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios». Con los ojos, los oídos y los corazones bien abiertos, contemplamos de nuevo las primeras palabras de Jesús. Después de siglos y siglos de espera, desde que Adán fuera expulsado en el Paraíso de la presencia cercana de Dios, con quien conversaba al atardecer, de nuevo vuelve a resonar la voz de Dios en nuestro mundo. Se ha cumplido el plazo de la espera, de la expectación, de las tinieblas y del pecado. En el mundo ya amanece la salvación, porque el Reino de Dios se acerca. Ese reino, que no es sino el obrar y actuar de Dios en el mundo para salvarlo, está cerca: lo tenemos delante, se llama Jesús de Nazaret. Él es la presencia del Dios que salva. Por eso los ciegos ven; los cojos andan; los esclavos son liberados; los pecadores, perdonados; y los pobres, evangelizados. Porque Él, Dios mismo en persona, está ya en el mundo.

 

«Convertíos y creed en el Evangelio». En estas seis palabras se pueden resumir los tres años de predicación y de milagros de Jesús. Son de verdad la síntesis de todo el Evangelio. «Convertíos y creed»: una llamada a volver a Dios una y otra vez, a dejar nuestra antigua vida y abrirnos a la vida nueva que viene de lo alto. Rechazar el pecado, reconocer la gracia; dejar las tinieblas en las que vivimos, encontrarse con la luz en persona. Esta doble actitud, fe y conversión, es en definitiva el resumen de la existencia del cristiano. Porque «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI). Como si fuera la primera vez, dejemos que el mensaje de Jesús cale hasta lo más hondo de nuestra alma para transformar nuestra vida y llenarla de sentido.