Las lecturas de este domingo nos ofrecen múltiples posibilidades para nuestra reflexión, sin embargo, si alguna destaca especialmente es el acento evangélico sobre la Autoridad de Jesús. El relato de Marcos nos presenta a Jesús en la Sinagoga de Cafarnaún, pequeña ciudad costera a orillas del lago Tiberiades, donde los Evangelios nos sitúan a Jesús en numerosas ocasiones.

Llama la atención la estructura del texto y con ello la lógica argumentativa que nos transmite el evangelista. Jesús se encuentra realizando una actividad normal para la época, es sábado, la gente va a la sinagoga y allí le vemos predicando. Las palabras de Jesús por una parte asombran al público, y por otra despiertan el mal, al «espíritu inmundo» que poseía a uno de los presentes.

Se produce entre el demonio y Jesús un diálogo cargado de matices a pesar de su brevedad. En primer lugar llama la atención que el demonio reconozca abiertamente a Jesús, incluso confiesa: «eres el Santo de Dios». Muy distinto a como reaccionamos los hombres, que cuando el mal nos domina, cuando nuestra conciencia nos reclama, cuando Dios sale a nuestro encuentro nos hacemos los despistados, no somos capaces de reconocerlo, nos mostramos tibios. El espíritu inmundo reconoce a Jesús, y le reconoce su enemigo «vienes a acabar con nosotros»…

La respuesta de Jesús es clara, concisa y directa: «cállate y sal». Tan distinto actuamos nosotros, cuando el mal nos sale al encuentro contemporizamos, le damos vueltas, nos sometemos a ese juego posmoderno que es el relativismo, recurrimos a toda nuestra dialéctica para maquillar y no decidir…

Pero tal vez lo que más rompe nuestros esquemas, al igual que ocurrió con los judíos, es que Jesús cumple su palabra y lo hace en el momento. Nosotros hoy hemos perdido esa perspectiva de que la palabra supone un acuerdo irrompible que nos compromete, y por eso el asombro de los judíos. Jesús no sólo habla bien, no solo tiene un mensaje atrayente, sino que cumple lo que dice. Este mensaje es muy fuerte en nuestro mundo en el que la imagen y la apariencia, las buenas palabras rara vez se convierten en realidad.

Podríamos ahora llevar a nuestras oración la siguiente pregunta: ¿qué autoridad tiene Jesús en mi vida? ¿qué ocurre cuando escucho sus palabras, cuando veo lo que hace en mi vida, en mi historia…? Tal vez hayamos perdido hasta la capacidad de asombro, y la voz de Jesús sea una más entre las muchas que escuchamos en nuestro día a días. Pidámosle pues con confianza a Dios en este domingo que nos ayude a abrir los oídos, y escuchar con sencillez y generosidad lo que nos quiere decir.