Comentario Pastoral

¿POR QUÉ EXISTE EL DOLOR EN EL MUNDO?

Ante el dolor y la enfermedad la boca se nos llena de preguntas. ¿Por qué el hombre sufre tantas tribulaciones en la vida? ¿Por qué existe tanto dolor en el mundo? ¿Por qué innumerables criaturas inocentes son víctimas de enfermedades incurables? Si Dios existe y es bueno, ¿por qué permite el mal? Toda página del libro de la historia humana está llena de estos interrogantes dramáticos sobre el dolor, el huésped más extraño del mundo. Es difícil aceptar y entender la pena, el dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte.

La liturgia de este domingo pretende dar una respuesta exhaustiva a esta vasta problemática. Siempre será necesario volver los ojos al Crucificado que sufre por amor, muere inocente y resucita vivo, para entender el sentido último del dolor en el mundo. Desde los textos bíblicos dominicales podemos meditar sobre el dolor en dos situaciones distintas: en Job, símbolo de todos los sufridores del mundo, y en los enfermos y endemoniados que cura Jesús.

Job, hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y rico, que vivía feliz, se ve privado de todos sus bienes materiales, de sus hijos que mueren todos, y cae enfermo con una enfermedad dolorosa y repugnante. En esta situación extrema su mujer le exhorta a maldecir a Dios y sus amigos tratan de convencerle de que ha debido cometer una culpa grave para haber acumulado tanto sufrimiento. Job, con su paciencia proverbial, resiste y proclama que el sufrimiento no es castigo por el pecado, que su dolor no se debe a culpas personales. Es el sufrimiento del inocente probado por Dios, que es bueno y providente pero misterioso.

En el texto breve que se lee hoy, Job manifiesta su inocencia y reflexiona sobre la condición humana. En su trágico dolor es ejemplo para todos los hombres que sufren. No hay que caer en la desesperación. Por eso, el hombre religioso, ante el enigma del dolor, debe recorrer un largo camino para entrar en el misterio de Dios y comprender que el dolor puede ser acto de amor y dádiva de redención con un sentido último purificador.

En el evangelio de la Misa se narra la curación de la suegra de Pedro y de otros enfermos y poseídos. Es un relato lleno de frescura y simplicidad, que encierra un gran mensaje: Jesús no se desentiende de la enfermedad, no pasa de largo ante el que sufre, sino que se inclina y aproxima ante quienes padecen, para curar, levantar e infundir resurrección y vida. En toda su actividad pública Jesús se hizo «médico y medicina» como afirma San Jerónimo.

Andrés Pardo

 



 

Palabra de Dios:

Job 7, 1-4. 6-7 Sal 146, 1-2. 3-4. 5-6
san Pablo a los Corintios 9, 16-19. 22-23 san Marcos 1,29-39

 

 

de la Palabra a la Vida

Que el hombre está en la tierra cumpliendo un servicio podemos verlo en el relato del evangelio de hoy: El hijo del hombre, diríamos mejor. Sin embargo, entre el hombre anónimo, el hombre en general al que se refiere Job, y el Hijo del hombre de Marcos hay una diferencia que se manifiesta de forma decisiva para la vida: la esperanza. Mientras que el servicio de la primera lectura es como el castigo de aquel que abre nueces vacías una a una, el servicio de Cristo es animoso, convencido: «¡Vamos a otra aldea!» Y a otra, y a otra.

No siempre el resultado será un gran éxito, no siempre será reconocido como el Hijo del hombre, pero en su tarea Jesús experimenta la alegría humilde y confiada de quien cumple el servicio que el Padre le ha encomendado, entre seguro y valiente, de quien en el bien que hace a los hombres no encuentra motivo sino para seguir creciendo en la esperanza, mejorando el mundo, advirtiendo a todos de la presencia de Dios en medio de ellos, deseoso de dar un amor reparador, un amor que es una llamada al seguimiento,

A eso se dedicó Jesús en el día que nos relata el evangelio, a eso se dedicó cada día, a eso se dedica también hoy cada día. Jesús no deja de proceder así en nuestra vida, para ayudarnos a reconocer su presencia, para animarnos a dejarle hacer, pues lo que trae es precisamente eso, un nuevo día, «en el que no haya llanto ni dolor» que dice el Apocalipsis. Quien se apunta a participar en este servicio de Cristo descubre sorprendido que nada es baldío, que todo merece la pena, con éxito o sin él, por el hecho de que se hace unido al Señor Jesús, como Él hizo.

Es ciertamente paradójico el hacer de Jesús, cuando se pone junto al hacer de nuestro mundo: nosotros vivimos en un mundo lleno de prisas pero vacío de sentido. Que hace, y hace, y hace… pero sin pararse a ver una esperanza larga, una dirección, una presencia del Señor que la guíe o, al menos, aconseje. Esta forma de hacer sin parar, no por ello exenta de mala intención, manifiesta la necesidad de Cristo. Parece una forma de decir: ¡Todo el mundo te busca! En esta situación se vuelve crucial el testimonio cristiano: ¿Con qué motivación hacemos nosotros las cosas? ¿Tienen nuestros días una dirección clara, nuestras decisiones encadenadas un sentido real y feliz? ¿Hay en ellas una motivación evangélica, o pura mezcla de sentimientos?

En la celebración litúrgica podemos reconocer que Cristo sigue actuando. Su intención es clara, es nuestra propia salud. Vivimos en el día del hombre, día de acción divina, de colaboración con la acción de Dios, a la espera de entrar en el día sin ocaso: allí, el trabajo será una pura alabanza, evidente, gozosa, sin nada que esperar, únicamente felices. Allí nadie buscará al Señor, pues allí todos ya lo habrán encontrado. Allí el Señor no tendrá que ir a curar a nadie, pues la presencia allí será un signo de haber sido curados.

Hacia eso nos dirigimos. Por eso, experimentar ser curados en nuestra vida, ser perdonados, es un signo claro de la acción de Dios y de la dirección que quiere dar a nuestra vida y a nuestras decisiones. «El Señor sana los corazones destrozados», nos decía el salmo. El corazón de cada uno de nosotros experimenta cada día un desgarro nuevo, producido por el mal, por el pecado, y el Señor cada día madruga para sanarlo, sale temprano a otra aldea.. No nos cansemos de ser sanados por Él, de dejarle venir, de dejar que nos cuide y vende nuestras heridas.

Diego Figueroa

 

 al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:
– la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa.
– adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve.
– la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del Año Litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del Santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los Santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnaciónh y de la Redención


(Directorio para la piedad popular y la liturgia, 165)

Para la Semana

Lunes 5:
Santa Águeda, virgen y mártir. Memoria.

1Re 8,1-7.9-13. Llevaron el Arca de la Alianza al Santísimo, y la Nube llenó el Templo.

Sal 131. Levántate, Señor, ven a tu mansión.

Mc 6,53-56. Los que lo tocaban se ponían sanos.
Martes 6:
Santos Pablo Miki y compañeros mártires. Memoria.

1Re 8,22-23.27-30. Declaraste: «Allí estará mi Nombre» Escucha la súplica de tu pueblo Israel.

Sal 83. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!

Mc 7,1-13. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
Miércoles 7:

1Re 10,1-10. La reina de Saba percibió la sabiduría de Salomón.

Sal 36. La boca del justo expone la sabiduría.

Mc 7,14-23. Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
Jueves 8:

1Re 11,4-13. Por no guardar la alianza, voy a arrancar el reino de tus manos; pero daré a tu hijo una tribu, en atención a David.

Sal 105. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo.

Mc 7,24-30. Los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños.
Viernes 9:

1Re 11,29-32; 12,19. Israel se rebeló contra la casa de David.

Sal 80. Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.

Mc 7,31-37. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Sábado 10:
Santa Escolástica. Memoria.

1Re 12,26-32; 13,33-34. Jeroboán fundió dos becerros de oro.

Sal 105. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo.

Mc 8,1-10. La gente comió hasta quedar saciada.