Hay un dicho muy español que dice: “Donde hay confianza…, da asco.” No es un dicho a favor del distanzamiento, es lo malo de considerar al otro como una persona sin importancia, de tratarle sin el respeto debido y no por desprecio sino por acostumbramiento.

«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?».

Y se escandalizaban a cuenta de él.

En su ciudad Jesús era uno más, no podían esperar más de Él que lo que esperaban de los demás. Si destacaba no merecía admiración, sino escándalo. Creían que le conocían demasiado bien, cuando no le conocían en absoluto.

¿No nos pasa a nostros lo mismo? Harto estoy de ver personas que pasan a la parroquia y según atraviesan por la puerta siguen hablando por el teléfono, o continúan la conversación con el amigo o la amiga. Cuántas veces suena un móvil en Misa -un descuido lo tiene cualquiera y se le olvida apagarlo-, pero responde, e incluso se sale, por que es una llamada más importante que Dios. En cuantas ocasiones entra alguen al confesionario en medio de la Consagración pues sus pecados son más importantes que el mismo Dios. Cuantas veces el momento de la paz es dar la guerra, o la espalda, a Dios. Cuántas veces pasamos por delante de un templo donde hay un Sagrario como si pasásemos delante de una charcutería. Cuántos, que hacen la oración ayudados por el teléfono, dejan abierto el WhastApp para que entre cualquiera a interrumpir su conversación con Dios. Cuantas veces cuando Dios nos pone una iluminación en la mente para vivir la caridad respondemos: “Mañana.” En definitiva, tenemos tanta confianza en que Dios siempre está que terminamos no estando nosotros. Y entonces… da asco.

Ojalá tuviéramos la conciencia de David. Hace un censo, algo básico para todo buen estadista, tenía que saber con qué fuerzas contaba. Pero se dio cuenta que su fuerza era la de Dios, había desconfiado de el Señor y asume su pecado, poniéndose en manos de la misericordia del Señor.

Estoy convenciso que a ti y a mi nos pasarán más veces las cosas que he enumerado antes (sí, a mi también me pasan). Pero no seamos indiferentes, no creamos que es lo normal, que no tiene importancia. Hoy, si es posible delante del Sagrario, si no en casa, de rodillas digámosle al Señor que le adoramos, le queremos, le veneramos. Que no queremos que nada nos despiste de su amor y, si alguna vez nos pasa, nos acojemos a su miericordia infinita y que nos de la contricción y el dolor de nuestros pecados.

Tal vez alguno piense que el comentario de hoy es demasiado espiritualista…¿dónde queda la caridad? Os aseguro, que quien no aprende a ver a Dios en la Eucaristía, es incapaz de descubrir a Dios en el pobre y en el necesitado, y acabará tratándolo sin el respeto debido.

Mira a María, primer Sagrario. Acoge a Dios como hijo y nos toma a nosotros por hijos en Cristo. ¿Dónde aprendió ella a amar a nostros, pobrecillos, si no era mirando a Jesús? Imitémosla. Es lo que hizo San Juan Bosco, no creo que nadie le acuse de poco «sentido social»