Comentario Pastoral

DILUVIO Y CONVERSIÓN CUARESMAL

Con el miércoles de ceniza comenzó la Cuaresma, corazón del año litúrgico que late por la fuerza y el sentido de la Pascua, cúlmen del credo cristiano. La Cuaresma es camino de preparación y pórtico de ingreso al misterio pascual. Este camino está estructurado bajo la tipología bíblica de los cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta años de Israel en el desierto, los cuarenta días de ayuno de Jesús antes de comenzar su vida pública. Desde la antigüedad el camino está dominado por la cruz de Cristo, que exige conversión y bautismo.

La Cuaresma es un tiempo propicio y favorable, una oferta de gracia, un período privilegiado para crear la primavera del espíritu pascual. La cuaresma debe ser una suma de experiencias interiores, una etapa esperanzada para mejor conocer a Cristo, un avanzar lento y sereno hacia Dios.

El leccionario bíblico de este primer domingo subraya dos aspectos de la misma realidad, el bautismo y la conversión, es decir, la acción salvífica y gratuita de Dios y la respuesta humana. Por eso el diluvio ha sido interpretado litúrgicamente como el gran bautismo de la humanidad, que fue recreada para establecer con Dios una nueva alianza.

En el evangelio se nos recuerda que Jesús vivió cuarenta días en el desierto, donde experimentó la soledad, el hambre y la tentación. Por su unión con el Padre salió victorioso de la prueba. En el cumplimiento de la voluntad de Dios reside la fuerza para vencer el mal y superar la tentación.

La Cuaresma es diluvio y es desierto. Diluvio que ahoga el pecado y mueve a construir el arca de salvación que permite ver el arco iris de la esperanza y es signo de que Dios está en paz con nosotros. Es desierto por la espiritualidad de despojo que se nos transmite, pues vivimos de paso hacia la tierra prometida, que es el cielo.

La conversión es el gran mensaje cuaresmal. Convertirse es mucho más que hacer penitencia o lograr privaciones momentáneas. La conversión verdadera es síntesis de toda la experiencia cristiana, explosión gozosa del deseo de Dios y cambio radical de los deseos egoístas del corazón.

Andrés Pardo

 

 

Palabra de Dios:

Génesis 9, 8-15 Sal 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9
san Pedro 3, 18-22 san Marcos 1, 12-15

de la Palabra a la Vida

La austeridad del tiempo cuaresmal es una imagen de lo que el pecado ha conseguido para el hombre: el fin de la exhuberacia del paraíso, de los ríos, de los frutos, de la vida, en definitiva, para ponernos en un terreno de mucha sequedad, de vacío, sin horizontes. Necesitamos el paraíso, necesitamos las aguas vivas, necesitamos la Pascua. Esta aparece en el horizonte de las lecturas cuaresmales de tal modo que no deberíamos desperdiciar ninguno de los guiños que constantemente nos ofrece la Iglesia por la Palabra de Dios.

Nunca la Iglesia propone la reflexión sobre el pecado si no ofrece de inmediato también una invitación a la conversión, al rescate divino. Así entendemos bien las lecturas de hoy. Las aguas que desbordan todo dominio humano, en la primera lectura, contrastan con el inmenso desierto, seco, caluroso, en el que Cristo afronta la pobreza y angustia del hombre por el pecado. La tentación, la martilleante y provocadora tentación, busca debilitarlo como a sus hermanos. Cristo se presenta en lo seco para ser puesto a prueba. Sabemos bien que el tiempo cuaresmal empieza por aquí: Cristo fue tentado y venció. Tú también lo serás y vencerás.

La tentación invita a Cristo a pensar que no puede afrontar el desierto, que es Dios, demasiado como para rebajarse por esas tierras áridas, de las regiones más deprimidas y hundidas de la tierra. Tú no puedes transformar esto: la desertización avanza, la muerte avanza. Tú no podrás dar vida: aléjate de este mundo de muerte, ponte a salvo, como hizo Noé en el diluvio. Por su pacto, Cristo va a permanecer ahí para ofrecer victoria, su victoria. Así, las aguas que en la primera lectura son signo de muerte, al término de la Cuaresma se convertirán en signo de vida eterna, pues las aguas bautismales esperan al final, en la Pascua. La segunda lectura nos lo advertía, como quien nos chiva algo al oído para que estemos tranquilos: Sí, Señor, Tú has pasado por esto, por eso sabemos el camino por el que nos llevas.

El salmo responsorial cantaba: «El Señor enseña el camino a los pecadores». El Señor nos enseña el camino cuaresmal a los pecadores para que salgamos de él. Nuestros pecados nos han traído hasta aquí, pero Tú nos sacarás de aquí, Tú que has vencido en la Pascua.

Esta es la gran experiencia de la Cuaresma que cada año la Iglesia, con su amorosa pedagogía, nos hace experimentar: ojalá no rechacemos hacer este camino en estos cuarenta días. No neguemos a la madre Iglesia que nos enseñe, que nos eduque. Al contrario, dejémonos adentrar en este camino austero, sin excesos en lo que respiramos, en lo que comemos, en lo que vemos.

La austeridad, tabú para nuestro tiempo, es buena para el corazón, porque le hace darse cuenta de qué es lo esencial. Le descubre sin qué no podemos pasar. Sin el Señor que nos guíe por sus sendas no podemos pasar. En medio de un mundo que no quiere escuchar la Palabra de Dios, nosotros somos invitados por las lecturas de hoy a buscar la Palabra divina.

Para poder afrontar la Cuaresma sin aburrimientos, sin inventos originales, sin impaciencias, es necesario el alimento de la Palabra. De la Palabra de Dios brotarán las aguas de la vida la noche de Pascua, pues a la liturgia de la Palabra le sigue la bautismal: caminemos confiados del pecado a la gracia, del desierto al paraíso.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las «armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna (cfr. Mt 6,1-6.16-18).

En el ámbito de la piedad popular no se percibe fácilmente el sentido mistérico de la Cuaresma y no se han asimilado algunos de los grandes valores y temas, como la relación entre el «sacramento de los cuarenta días» y los sacramentos de la iniciación cristiana, o el misterio del «éxodo», presente a lo largo de todo el itinerario cuaresmal. Según una constante de la piedad popular, que tiende a centrarse en los misterios de la humanidad de Cristo, en la Cuaresma los fieles concentran su atención en la Pasión y Muerte del Señor.

La divergencia existente entre la concepción litúrgica y la visión popular de la Cuaresma, no impide que el tiempo de los «Cuarenta días» sea un espacio propicio para una interacción fecunda
entre Liturgia y piedad popular.

Un ejemplo de esta interacción lo tenemos en el hecho de que la piedad popular favorece algunos días, algunos ejercicios de piedad y algunos actividades apostólicas y caritativas, que la misma Liturgia cuaresmal prevé y recomienda. La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un «ejercicio» que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4; cfr. Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma).

(Directorio para la piedad popular y la liturgia, 124.126)

 

 

Para la Semana

Lunes 19:

Lev 19,1-2.11-18. Juzga con justicia a tu conciudadano.

Sal 18. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.

Mt 25,31-46. Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
Martes 20:

Is 55,10-11. La palabra hará mi voluntad.

Sal 33. El Señor libra de sus angustias a los justos.

Mt 6,7-15. Vosotros rezad así.
Miércoles 21:

Jon 3,1-10. Los ninivitas se convirtieron de su mala vida.

Sal 50. Un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios mío, no lo desprecias.

Lc 11,29-32. A esta generación no se le dará más signo que el signo de Jonás.
Jueves 22:
La Cátedra del apóstol san Pedro. Fiesta.

1Pe 5,1-4. Presbítero como ellos y testigo de los sufrimientos de Cristo.

Sal 22. El Señor es mi pastor, nada me falta.

Mt 16,13-19. Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.
Viernes 23:

Ez 18,21-28. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado, y no que se convierta de su conducta y que viva?

Sal 129. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?

Mt 5,20-26. Vete primero a reconciliarte con tu hermano
Sábado 24:

Dt 26,16-19. Serás el pueblo santo del Señor.

Sal 118. Dichoso el que camina en la ley del Señor.

Mt 5,43-48. Sed perfectos como vuestro Padre  celestial.