“Que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro” (Sal. 104, 3-4)

Como todos los días, al inicio de la jornada, la palabra de Dios viene a nuestro encuentro. Procede del mismo Dios para orientarnos por un camino de salvación. No es palabra para adoctrinamientos, sino para darnos plenitud de vida, liberándonos de todo pecado, de toda esclavitud que nos impide ser libres y volar hacia Dios nuestro Padre.

Seguimos leyendo hoy  el largo diálogo de Jesús con los judíos que san Juan nos recoge en el capítulo cinco de su evangelio. Si ayer veíamos a Cristo presentarse como vida nueva, auténtica, definitiva para el hombre, hoy se nos presenta  como el enviado del Padre, del que Dios Padre da testimonio: “El testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar, esas obras que yo hago dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí”. 

Jesucristo no es un personaje más dentro del variado mundo de las religiones. Su doctrina tampoco es un capítulo más de la revelación de Dios, a la que podamos añadir otras doctrinas religiosas a nuestro antojo. Cristo, como nos dice la Iglesia, es la plenitud de la revelación de Dios. Él lleva a culmen todo lo que Dios quería comunicar a los hombres. Así nos lo dice el Concilio Vaticano II:

“Jesucristo ver al cual es ver al Padre, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su  muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente con el envío del espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive Dios con nosotros, para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos en la vida eterna. La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (DV 4).

Nada más amigos, de todo corazón, les deseo buenos días.