El evangelio de este viernes cuarto del tiempo de la cuaresma nos presenta al Señor en una situación comprometida. Jesús predica en el templo de Jerusalén, pero su predicación causa rechazo en las autoridades judías. Él no se acobarda, con toda valentía sigue públicamente enseñando la buena noticia del Reino de Dios.

“Algunos que eran de Jerusalén, dijeron: ¿No es éste al que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que éste es el Mesías?”.

Me gusta la valentía del Señor, ha venido para anunciar el evangelio y no se arredra ante las dificultades. Hoy, todos lo sabemos, la evangelización entraña dificultades añadidas. La secularización, la indiferencia religiosa, los pecados de los hijos de la Iglesia a lo largo de los siglos son tropiezos que hacen más difícil anunciar el mensaje evangélico. También el Señor vivió esos tropiezos como leemos hoy en el evangelio.

De él hay que imitar la valentía, la audacia, la generosidad y disponibilidad para anunciar abiertamente a Dios. No hay que temer al ridículo, o al que dirán, o a que le cataloguen a uno como anticuado. Todo los cristianos estamos llamados a dar la cara por nuestro Señor Jesucristo y por su Iglesia aunque nos cueste el rechazo.

El gran Papa Pablo VI, en su exhortación apostólica “Evangelii Nuntiandi”,  publicada en 1974, urgía a los cristianos a dedicarse con esmero al anuncio de la buena noticia, sus palabras siguen siendo válidas en nuestros días: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y la vocación propia de la Iglesia. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (EN 14).

Nada más amigos, de todo corazón, les deseo buenos días.