En un ambiente de fuerte oposición y rechazo a Jesús por parte de “los sumos sacerdotes y los fariseos”, no faltan hombres que no temen ponerse de parte de Jesús. “Algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: Éste es de verdad el profeta. Otros decían: Éste es el Mesías”, incluso los guardias del Templo se atreven a responder a los sumos sacerdotes y fariseos que les habían enviado a retener a Jesús, “jamás ha hablado nadie como ese hombre”. Todos ellos superando temores dan testimonio con su palabra que Jesús es el Mesías. Hoy necesitamos con recuperar ese ardor apostólico y, para ello, se hace indispensable reavivar la fe recibida. “El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces” (Benedicto XVI Discurso a la Curia Roma 22-XI-2011)

Nuestro tiempo necesita de un renovado ardor apostólico y esto sólo puede partir de un reiterado acto de confianza en Jesucristo, porque Él es quien mueve los corazones, el único que tiene palabras de vida, quien nos transmite su fuego apostólico en la oración, en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía. ‘He venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda?’ (Lc 12, 49). Estas ansias de Cristo siguen vivas en su corazón. (cf. Juan Pablo II, Salto, Uruguay, 22 – V – 1988). San Pablo con fuerza a Timoteo: “te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, buscarán maestros a la medida de sus propias pasiones, por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio.” – 2 Tim 4,1 – 5 –

Hay que ser valientes y hablar de Cristo, a tiempo y a destiempo. San Agustín se preguntaba “¿a quiénes insistiré a tiempo, y a quiénes a destiempo? A tiempo, a los que quieren escuchar; a destiempo, a quienes no quieren. Soy tan inoportuno que me atrevo a decir: ‘Tú quieres extraviarte, quieres perderte, pero yo no quiero’. Y, en definitiva, no lo quiere tampoco aquel a quien yo temo” (Del sermón de san Agustín sobre los pastores (Sermón 46,14 – 15: CCL 41, 541‑542).

Los mártires de los primeros siglos de vida de la Iglesia nos han dejado un valioso ejemplo de vitalidad apostólica. Pero en nuestro tiempo también tenemos muchos mártires que han sellado con su sangre el testimonio de Cristo. Cuántos hombres y mujeres en los países comunistas. Los supervivientes han dejado unos testimonios que no podemos perder. Recientemente he leído un libro sobre éste tema que no me resisto a recomendar su lectura: “El baile tras la tormenta”. En él, José Miguel Cejas recoge una serie de testimonios impresionantes. Y no olvidemos que “todos los tiempos son de martirio. No se diga que los cristianos no sufren persecución; no puede fallar la sentencia del Apóstol (…): ‘todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución’ (2 Tim 3,12). ‘Todos’, dice, a nadie excluyó, a nadie exceptuó. Si quieres probar si es cierto ese dicho, empieza tú a vivir piadosamente y verás cuánta razón tuvo para decirlo” (San Agustín, Sermón 6,2).