Vemos en el Evangelio que nos resulta chocante en una primera lectura. Unos griegos quieren conocer a Jesús y le dicen a Felipe: “señor, quisiéramos ver a Jesús”. Junto a Andrés “fueron a decírselo a Jesús”. Hasta aquí todo resulta normal. Lo desconcertante es la respuesta de Cristo: “os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará”. Lo que esperarían Andrés y Felipe es que Jesús les dijera algo como “pues hacedles venir”, o “ahora no es el momento”. Sin embargo la respuesta es hay hacer como el grano de trigo para dar fruto: morir. En el fondo el Señor podría estar enseñando a sus apóstoles que para conocerle, para poder estar cerca de él, no basta con verle físicamente ni con la proximidad física. Es como si nos dijera a cada uno ¿Quieres conocerme y estar conmigo? Pues no basta con tener en tu casa una imagen mía o de mis santos, o con asistir a actos de culto, a procesiones, clases de teología o charlas sobre religión.

Así las cosas, el Señor les ha respondido, aunque con una profundidad como no tenía la pregunta. San Juan nos traslada la lección para que podamos aprender a conocer a Jesús y a estar con él. En pocos días celebraremos el la Semana Santa y asistiremos a celebraciones litúrgicas particularmente emotivas, veneraremos la Cruz de Nuestro Señor o le acompañaremos por las calles en las procesiones, etc. Sin embargo no podemos perder de vista que se trata sólo de medios para expresar nuestro deseo de ver y estar con Jesús. Si no fueran acompañados de una disposición a convertirnos, en el fondo no le veremos ni estaremos de verdad con él. Es importante dejarle que nos diga al oído, en el fondo de nuestro corazón, mientras participamos en las celebraciones: ¡recuerda “el que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga”! ¿Estás dispuesto a luchar para cambiar tu vida según la mía? ¿Estás decidido a participar de “mi hora”, a morir a ti para vivir para los demás? Seguro que si dejamos que Jesús nos hable así, saldremos renovados de las celebraciones, saldrá espontáneamente, como un grito de dolor de amor, de contrición, las palabras del Salmo 50 que leemos hoy: “misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”.

Por tanto, el camino para alcanzar realmente a Cristo, es aprender a renunciar a uno mismo. Paradójicamente, cuando perdemos la vida por el Señor, es cuando realmente la tenemos. Nos lo ha anunciado con toda claridad: “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame; pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 24-25). Pensar que nos llevaremos a la vida eterna únicamente lo que entregamos y nada de cuanto nos guardamos.

Aprovechemos bien la “recta final” de esta cuaresma para permitir al Espíritu Santo meterse en nuestros corazones y que nos cambie.