Las palabras del Señor, “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”, se nos clavan en el corazón. Podemos revivir la sorpresa de los apóstoles, acrecentada por el aspecto de Jesús, profundamente conmovido. ¿Cómo era posible que uno de entre ellos, que habían caminado con Él durante tres años compartiéndolo todo, fuera un traidor? Pero esa terrible noticia, que Jesús ahora anuncia, iba a mostrarse en toda su verdad pocas horas después. Jesús da la noticia en medio de una cena, que debía ser un encuentro entre amigos para celebrar un acontecimiento salvífico. Dios había liberado a Israel de la esclavitud de Egipto y, cada año por Pascua, los hijos de ese pueblo se reunían para celebrarlo. Jesús lo hace con sus amigos y allí les comunica la noticia. A pesar de la sorpresa nadie piensa que Jesús hable metafóricamente. Por eso Pedro le indica a Juan que intente averiguar de quien se trata.

Cuando hoy contemplamos esta escena no dejamos de estremecernos porque la afirmación de Jesús nos lleva a interrogarnos sobre nosotros mismos y nuestro amor a Él. La traición de Judas, amigo del Señor, nos recuerda esa terrible posibilidad de dar la espalda a Quien más nos ha amado, a Aquel de quien lo hemos recibido todo. Esa terrible posibilidad la experimentamos en el pecado.

Jesús conoce la determinación de Judas y, sin embargo, lo deja marchar. Sus compañeros no saben por qué se va. Incluso imaginan que será para algo bueno; para comprar algo o socorrer a los pobres. La historia de nuestra relación con Dios se vive en lo hondo de nuestro corazón y queda oculta a la mirada de los hombres. Dios y nosotros sabemos lo que ahí sucede. Pero Jesús dejó que Judas se fuera y él salió para consumar su traición. Y eso que Jesús le acaba de mostrar su cercanía y amistad ofreciéndole de comer.

Jesús nunca va a dejarnos. Su amor por nosotros es total. Lo comprobamos al contemplar su entrega en la cruz y su presencia en la Eucaristía. Lo reconocemos al ver todo lo que ha hecho por nosotros a lo largo de nuestra vida. Como los apóstoles podemos nosotros decir que Él es quien ha dado sentido a nuestras vidas. Nos ha liberado de la búsqueda ansiosa porque en Él lo hemos encontrado todo. Pero, al ver la debilidad de Judas, no podemos dejar de preguntarnos si nosotros, a veces no estamos en una situación parecida. Sólo con que hubiera pensado lo bien que estaba allí, con su Maestro y los demás apóstoles Judas se hubiera liberado de su traición. El evangelio describe de dónde sale (una cena de amigos) y a dónde va (la noche).

Como contrapunto aparece san Juan, que descansa en el Señor. La vida cristiana, con lo que supone de perseverancia, es posible descansando en Jesucristo; es decir, viviendo una verdadera amistad con Él y todos los que le acompañan. Por eso hemos de dar gracias Dios porque de su costado abierto nació la Iglesia, que nos cuida y nos ayuda a vivir la salvación que Jesús nos ha alcanzado.