Hoy, junto a la Virgen María, nos mantenemos a la espera. La Iglesia suspende todas las celebraciones litúrgicas y se sumerge en el silencio Nosotros también entramos en él. Jesús ha sido sepultado. Pensamos en la desolación de sus discípulos y de tantas personas que le seguían y querían. También en nuestro tiempo muchos caen en el abismo de la desesperación o se encuentran en caminos de dolor que piensan no tienen salida. Jesús descendió a los infiernos (a los lugares inferiores en los que los justos esperaban la redención), y liberó a Adán y a todos los que le habían precedido confiando en la salvación. Pero eso escapa a nuestra sensibilidad. Lo confesamos en el credo pero no somos capaces de formarnos una imagen adecuada.

Sin embargo tenemos a la Virgen María. Ella había permanecido junto a su Hijo en la Cruz. Ella se había unido al sacrificio de Jesús y había participado de su entrega. Como le había sido profetizado una espada traspasó su alma. Fue el suyo un martirio espiritual. Su sacrificio no fue cruento, pero íntimamente unida a Cristo ofreció a su Hijo y se ofreció con Él. Si alguien sintió la muerte de Cristo fue ella. Sin embargo ella también permaneció firme en la esperanza. Como nadie, desde la oscuridad de la fe, había acogido en su corazón las palabras de su Hijo y no dejaba de meditarlas. Nos unimos a María para comprender lo que Jesús ha hecho por nosotros y también para velar en la esperanza. Junto con ella esperamos la gran noticia de la resurrección. Horas de meditación, quizás también de ayuno, porque Jesús verdaderamente ha muerto y ha sido sepultado. Pero horas también de esperanza porque como había anunciado resucitará.