Lo que más llama la atención en las lecturas de este miércoles de la II Semana de Pascua son las motivaciones. En la primera lectura, que como es habitual en este tiempo es de libro de los Hechos de los apóstoles, vemos como los saduceos y los Sumos Sacerdotes actúan movidos por dos sentimientos la envidia y el miedo. ¿Qué puede surgir de ello? ¿Algo bueno? Imposible, la envidia del miedo son dos enfermedades del alma que nos impiden vivir en plenitud, y de hecho, como aparece en el texto sus acciones acaban en fracaso, porque no pueden oponerse, no pueden frenar el Amos de Dios que se abre paso en la realidad.

Frente a la envidia y el miedo, los apóstoles y el mismo Jesús actúan por Amor, les mueve el Amor expansivo de Dios que quiere que todos los hombres se salven y llegan a conocer la Verdad. Los apóstoles se sobreponen en el relato que hemos leído hoy a la cárcel, a la persecución, Cristo, como celebramos en este tiempo de Pascua a vencido incluso a la muerte. No hay fuerza, ni contratiempo que pueda al Amor de Dios.

Y yo ¿qué? ¿qué me mueve? el Amor de Dios, o la mentira, la envidia… San Agustín explica en su obra la Ciudad de Dios, que el mundo se mueve por dos fuerzas, amores lo llama él. El Amor de Dios, que nos lleva a la salvación, y el amor de uno mismo, que nosotros llamaríamos egoísmo, que nos lleva a la perdición, a la infelicidad. Nuestra sociedad se ha especializado en el amor de uno mismo, en la auto-realización, en la auto-ayuda, en quererme a mi mismo primero… y aunque en esto no todo es malo, porque es necesario para ser cristiano tener una sana relación con uno mismo, no se puede convertir en la categoría fundamental que mueva nuestro obrar.

Pidámosle hoy con confianza al Señor que nos ayude a purificar nuestras razones, y que descubramos la fuerza increíble que nos da el Amor de Dios para afrontar cualquier realidad por difícil que esta nos pueda parecer, por oscura que pueda ser, con Dios de nuestro lado no hay nada que nos venza.