Ya nos vamos metiendo de lleno en la época de las primeras comuniones. Ensayos de la celebración, nervios de catequistas, niños y padres. Todo tiene que salir bien. Y las celebraciones suelen salir bien, mientras no le dé al sacerdote por inventarse la Misa y llenar la liturgia de signo y símbolos que sólo entiende él y sirven para su mayor lucimiento, las celebraciones salen salir bien. Pero también es verdad que muchos padres (y abuelos, benditos abuelos que tantas veces han mantenido la fe), quieren que ese día su niño/a se luzca y cuantas veces se les dice: “Hoy es tu día, eres el protagonista”. No creo que matarían, pero dejarían gravemente herida a la persona que le quite la lectura-petición-ofrenda-acción de gracias que tiene que hacer su criatura par quedar inmortalizada en una foto preciosísima. Cuando en la segunda Misa ala que asisten ya no son protagonistas se aburren y se echan atrás de volver, con gran aplauso de algunos padres y la tristeza de algunos abuelos. 

«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen». Es duro descentrarse, quitarse de en medio y dejar que sólo sea Cristo el centro de todo. Los motivos por los que dejamos de rezar, de ir a Misa e incluso de creer suelen ser subjetivos: “Me aburro” “No me dice nada” “Tengo cosas mejores que hacer” etc. Da igual que la santa Misa sea el memorial incruento del Calvario, da lo mismo las gracias que el Espíritu Santo te conceda, es indiferente que Dios quiera estar contigo. Lo que importa es lo que yo siento, pienso o vivo. Dios no es el protagonista, luego puedo prescindir de Él y de todo lo que implica.

Aprendamos de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios». Creemos y sabemos. Creemos de verdad, con todo el corazón. Tal vez no entendamos todo, seguramente podamos creer mejor y más. Pero creemos. Sólo Dios tiene palabras de vida eterna y, aunque me entere poco, quiero escuchar esa Palabra. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios. La presencia de Cristo en la Eucaristía, en el sagrario, la acción del Espíritu Santo no depende de lo que yo sienta. Está realmente presente y, aunque en ocasiones me aburra, sigo estando con Aquel que me amó hasta entregarse por mí, lo sabe mi cabeza y mi corazón, luego no quiero estar en otro sitio.

¡Señor, ayudarme a creer y saber! Que nunca me eche atrás en tu seguimiento. Aunque mi alma esté fría como el hielo, aunque las cosas me vayan mal, aunque el mundo vaya en dirección contraria, que jamás me eche atrás en tu seguimiento. Pedro, que no se enteraba de nada y llegó a tener tanto miedo como para negar a Cristo, luego actuará como Él, curando enfermos y resucitando muertos. Ser fiel en lo poco te hace entrar en el gozo de tu Señor. 

Madre del cielo, ayúdame a creer y saber, a quitar de en medio todo lo que me impida creer más y llegar cada día a una identificación mayor con Cristo.