El Evangelio de hoy nos introduce en el capítulo 10 del evangelio de san Juan y lo hace presentando a Jesús como la puerta del rebaño, es decir, como aquel que es capaz de introducirnos en el Cielo o, lo que es lo mismo, colmar la plenitud de nuestros deseos.

Esto, que tantas veces lo podemos repetir con la boca, debería ser, como nos enseña el salmo que se nos propone, una constante en nuestras vidas: me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y te daré gracias, Dios, Dios mío.
La pregunta que podemos hacernos hoy es, también aludiendo al salmo 41: ¿tengo sed del Dios vivo y tengo ansias por ver Su rostro? Porque, de nuestro empeño por estar cada día más cerca del Señor, de entrar por la puerta que Él es, dependerá en buena medida nuestra santidad y, por tanto, nuestra plenitud. Pero esto no lo podemos hacer solos, sino que es necesario que pidamos al Señor que nos envíe su luz y su verdad para que ellas nos guíen y nos conduzcan hasta su morada. El problema es, ¿cómo reconozco su luz y su verdad?

La respuesta viene, siempre, de la mano de la Iglesia, que es madre y guía. Así, la petición de hoy en nuestra oración puede ser el ser capaces de, como los discípulos de Emaús, abrir los ojos del corazón para reconocer en nuestras vidas a aquellas personas, acontecimientos o palabras a través de las cuales Dios se nos revela y nos muestra el camino hacia Él.
Puede ser, como dice el Papa Francisco en Gaudete et Exultate, tu madre, tu abuela, un hijo, un sacerdote, tu director espiritual, tu esposo… ¡Dios tiene mil caminos para hacerse presente en tu vida y se sirve de cualquier elemento! E insiste, insiste… porque quiere que tengas sed de Él y te reconozcas como esa oveja necesitada del Buen Pastor y de sus compañeras del rebaño, pues sabe que ellas también le protegen y le guían.

Descubre el paso de Dios por tu vida a través de los demás y dale gracias. ¡A por ello!