Estamos acostumbrados a ver en las películas personajes que llaman “predicadores” o, a veces, “pastores”. Si recorremos los canales de televisión, nos encontramos canales que están este tipo de  personas hablando continuamente y sin parar. Son profesionales de la palabra, muchos comunicadores natos y, con frecuencia, acompañados de un aparato de medios para el espectáculo. Normalmente estos personajes son “showmans” que tienen una capacidad de deslumbrar y convencer con una palabrería interminable. Estos llamados “predicadores” o “pastores” suelen intentar fidelizarte a su discurso y engancharte para que les sigas a ellos. Y así lo hacen muchas personas en el mundo, surgiendo tantos grupos, organizaciones, mal llamadas “iglesias”, que llegan algunas a convertirse incluso en sectas, como personajes de estos hay.

Estos personajes, utilizando a Dios y sobre todo a Jesucristo, en el fondo se predican a si mismos y montan su “chiringuito”, algunos de ellos con un éxito económico impresionante para sus carteras.

Es lo que interpretaron las gentes de Licaonia que aparecen en la primera lectura, cuando Bernabé y Pablo les predicaron la Buena Noticia del Evangelio y curaron en el nombre de Jesucristo. Se creían que ellos eran dioses, no los enviados de Dios. Por ello les corrigen y les muestran su terrible error rasgándose las vestiduras. Y es que nos empeñamos en seguir a hombres mortales y no en seguir al Señor, al inmortal. Podemos caer en el terrible error, como creyentes, de quedarnos en las mediaciones y no ir a la fuente; quedarnos en la palabrería y la seducción carismática de un “predicador” de sí mismo y no ir al Señor, al que es la Palabra salvadora. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Pablo y Bernabé actúan y hacen prodigios en el nombre de Jesucristo y gracias a la acción del Señor por su fe y la de los que curan.

Dios nos ama, por eso hace milagros y nos ha salvado. Pero, ¿nosotros le amamos? Para saberlo Jesús nos lo aclara en pasaje del evangelio de Juan: El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama. Para ello, Jesús sabe bien que necesitamos al Espíritu Santo. No es tarea fácil y somos muy torpes. Por eso promete que lo recibiremos y así es en nuestras vidas desde que nos bautizan.

Le seguimos a Él, no a otros, y ello implica también guardar su Palabra, que significa escucharla, meditarla, orarla y ponerla en práctica haciéndola vida en nosotros. ¿Es esta tu actitud? ¿Es lo que estás viviendo? ¿Sabes guardar? Me alegro, serás dichoso.