Me encanta lo poco que el Señor dice de sí en el Evangelio, y cuando tiene oportunidad de hablar a espuertas, cuando ya ha resucitado, habla de la llegada de Otro, del Paráclito, el Espíritu Santo que les enseñará todo. Jesucristo nos está revelando el misterio de la Trinidad, un ágora de amistades que dan testimonio de sí unas de otras, pero nadie se subraya a sí mismo, son tres Personas revelando una confianza sin fisuras. El Espíritu Santo nos lo cuenta todo de Nuestra Señor, hasta el punto de ofrecernos una amistad con Él desde dentro.

Hoy ha sido un día maravilloso, me he encontrado con un anciano de setenta y ocho años, que me había pedido la comunión. Antes de rezar con él me ha dicho con mucho aplomo, “¿sabe lo que me han dicho los médicos?, que no me quedan más de quince días de vida, y quince días pasan muy deprisa. Pero no me importa, se lo digo como lo siento, por dentro estoy bien, sereno, preparado, llevo toda la vida preparando este momento, ¿por qué voy a estar ahora a disgusto? Es un tumor cerebral como podía haber sido otra cosa. Ahora que tengo tiempo para estar más solo, me acuerdo del Señor en el huerto de los olivos, no sé, siempre me viene esa imagen”. Más que las palabras de este moribundo, que no lo parece, me conmueve su amistad con el Señor, tan cierta.

Tenía razón Christian Bobin cuando dejó escrito que le atrae de una persona no su capacidad o sus conocimientos, sino la inteligencia con que se ha ligado a la realidad. En el caso de este enfermo ha dirigido su inteligencia hacia la amistad, y una amistad con el mismísimo Dios. Últimamente suelo citar mucho a Hemingway, porque tiene una frase imborrable que a todos nos usurpa la calma, “a Dios le debemos una muerte”. La frase no termina de acertar con lo que pasará el día del encuentro, porque a Dios le debemos una cita más que una muerte. Por eso cuanto más conocimiento tengamos del Amigo, mejor pertrechados iremos a encontrárnoslo. Cuanto más nos susurre el Espíritu Santo cualidades de Cristo, mejor conoceremos a aquel con quien compartiremos Cielo y mesa por toda la eternidad.

“Todo lo que es del Padre es mío. Por eso os digo: ‘Recibirá de lo mío y os lo anunciará”. Cuesta trabajo caer en la cuenta de que todo lo divino es nuestro. Se nos ha regalado la misma entraña divina a unos habitantes del planeta Tierra para que aprovechemos la certidumbre de que Dios convive con nosotros. ¿Por qué los evangelistas expresaban la muerte de Cristo en la cruz con tanta efusión de pirotecnia sobrenatural: el velo del templo se rasga, los muertos salen de sus tumbas, el cielo se entenebrece…?, porque tenían conciencia de que habían llegado los últimos tiempos. Efectivamente, estamos en esa época de la historia en que Dios vive en el alma del cristiano que comulga y se abre al prójimo. Por eso es posible estar a los pies de un enfermo que no tiene miedo a morir, Dios es capaz de convertir el alma de un moribundo en un espacio de serenidad para la gran cita.