Aquel día no me haréis más preguntas, y con razón, en el mundo todo son preguntas sin resolver o malamente resueltas. Hoy he estado con un matrimonio que acaba de perder a una hija, su única hija, de 28 años. Perder es una palabra muy fea, porque la muerte de un ser querido no es una pérdida, sino un estado de retardo hasta el reencuentro. Pero la experiencia de unos padres que ven desvanecerse a una hija tan joven es negrura y pérdida. Han estado los dos delante de mí en silencio durante una hora, y en su silencio cabían todas las preguntas, ¿por qué ella?, ¿y esta injusticia era necesaria?, ¿qué mal hemos hecho? En los silencios hay más preguntas que en un ejercicio de clase con alumnos de secundaria. Les dije que les quería acompañar en su silencio, que no les iba a dar explicaciones, ni razones, que les concedería el apoyo de mi silencio, lo único que podíamos compartir de verdad. También les dije que me dejaran a mí al Señor, que le pusieran ahora entre paréntesis, que ya me encargaría yo de situarles delante de Él. Como dicen los cubanos, están destruidos y sin diseño de recomposición. Llegará el día en que sus preguntas se acabarán, incluso en esta tierra volverán a reencontrarse con la alegría de la confianza en un Dios que no quiere la muerte de los suyos.

Hoy reconozco que ha sido un día difícil, una mujer me cuenta que su marido la ha maltratado toda su vida, aunque los hijos siempre le han hecho frente. Y ella se ha callado, muda doliente por mantener una familia coja que no podía ser. Tiene una arruga vertical entre las cejas, como una pregunta escrita en la piedra de la piel, un signo de llevar malherida el alma. Ahora su marido se está muriendo y la pena le suaviza la desesperación por haber llevado una vida languideciente. Sólo quería desahogarse con sus preguntas, ¿he hecho mal?, ¿por qué me ha tocado a mí?, ¿por qué siento este odio que no puedo despegarme de la piel?, ¿qué va a ser de mis hijos?

La vocación sacerdotal es por encima de todo conceder tiempo a quienes vienen a vernos para quitar la anilla de su silencio y hacer explotar de una vez todas las preguntas. Y siempre llevamos una propuesta en los labios, lo dijo muy bien Fina García Marruz en un poema, “todo es poco para la irreprimible exigencia del corazón”, por eso saboteamos nuestra vida a preguntas, “la justicia de amor ha de ser otra”, sí, el amor es otro, es Otro, “Tú les darás lo único capaz de saciar la exigencia más alta y nada menor que esto”, nada menor, porque no satisface, “llegará la hora de la infinita dulzura no correspondida, del amor mil veces defraudado”, tantas amarguras por fin consoladas, la hora que llene el vacío del satisfecho y el vacío del insatisfecho, la hora de la dicha que siempre esperó el corazón”.

Y entonces, sólo entonces se nos agotarán las preguntas.