Continuamos meditando algunas característica de la pobreza espiritual, la primera bienaventuranza, que sigue hoy como respuesta del salmo: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.

El Apóstol Santiago en la primera lectura alude al poder de la codicia: nos puede cegar tanto la posesión de bienes materiales y económicos que va cerrando nuestra capacidad para disfrutar de los bienes espirituales, donde en realidad se juega la felicidad y plenitud de la vida. De hecho, los bienes más importantes son los que no se compran con dinero: el amor de los padres, la libertad, el ambiente de hogar, la profunda amistad, la fidelidad, la humildad, etc.

“Habéis vivido con lujo sobre la tierra y os habéis dado a la gran vida, habéis cebado vuestros corazones para el día de la matanza”. Así es nuestro corazón cuando está apegado a lo material y a la sensualidad: un cebo criado y engordado, es decir, un corazón que ha sido tentado y que ha caído en la idolatría de la mundanidad para no ser útil en la causa de Cristo, sino servirse a sí mismo. En realidad es servir al tentador y, por lo tanto, la mundanidad en realidad es servir a la causa del enemigo de Dios, alejándose de Jesús. El tentador es quien nos ceba para el día de la matanza, que consiste separarnos eternamente de Dios, a quien no puede ver.

La pobreza de espíritu se manifiesta en la austeridad de vida. Quizá no es habitual hablar de ella, pero es el mejor gimnasio espiritual para combatir la mundanidad de la codicia de bienes terrenos que nos hace tan fofos. Hay muchísima gente gorda de mundanidad que necesitan un “personal trainer” para quitarse las lorzas que le sobran. Sin duda, es la austeridad. Consiste en aprender a vivir con las cosas necesarias, evitando las cosas superfluas o que compro por lujo, por consumismo, mero capricho o por “fardar” ante los demás y generar envidias… A veces somos muy niños con esos planteamientos. Pero no es la infancia que nos pide el Señor.

He aprendido lo generoso que puede ser un niño cuando su padre les dice que hay que entregar juguetes a Cáritas para niños que no tienen juguetes. Dicha operación tocó la semana pasada a dos sobrinos pequeños, y los dos niños estuvieron un buen rato hasta llenar una bolsa, que era el compromiso que adquirieron. Uno de los juguetes era muy muy querido de uno de ellos, y me consta que fue un sacrificio que hizo por generosidad y desprendimiento.

La codicia se vence con actos así. Que nunca la dejemos reinar en nuestro corazón y pongamos la mirada en los bienes eternos. Las cosas las usamos; a las personas las amamos.