Comentario Pastoral

LA EUCARISTÍA ES LA MÁS BELLA INVENCIÓN DEL AMOR

Pensemos en los grandes amantes. Su amor es ingenioso, su ternura es creativa. Cuando la distancia los separa, los recuerdos de su rica imaginación posibilitan los signos de presencia contínua. Las cartas, las fotos, las flores, el teléfono, hacen un poco más soportable la ausencia del otro. Mil regalos, aunque sean muy cálidos, no pueden reemplazar el encuentro cara a cara de dos personas que se unen en un beso. Porque el mejor gesto es el contacto directo.

Por misericordia para con nosotros, Jesús ha reunido en la Eucaristía un signo causado por su ausencia y el realismo de su divina y humana presencia. Tal es la comunión del pan del cielo, signo de vida eterna en la tierra. Porque quiso que el mismo gesto de amor fuese ofrecido a todos los hombres de todos los tiempos, Jesús desapareció ausentándose en la Ascensión. Desde entonces, al ser Señor del espacio y del tiempo, puede abarcar con una sola mirada todo el universo y su historia. Esta distancia oculta una presencia siempre real, aunque más discreta para poder ser más universal.

En el signo del pan partido sobre la mesa de la Iglesia está la realidad de la persona de Cristo, crucificado y resucitado, verdaderamente presente para nosotros. Su poder y amor infinito no queda reducido a un puro símbolo que evoca solamente su paso breve por el mundo. Porque pudo y porque quiso, Cristo permanece con nosotros realmente presente, en el pan roto y compartido y en el cáliz consagrado de la nueva alianza.

La Eucaristía es el velo más sutíl, el mínimo, que permite a Jesús regalar a todos sus hermanos el máximo de su presencia a través del banquete divino. Jamás podremos dejar de adorar este sublime gesto de amor de Cristo.

«Tomad y comed: es mi cuerpo». «Tomad y bebed: es mi sangre». Palabras sencillas y acogedoras, que encierran el misterio del Señor, que descansa en el altar antes de penetrar en nuestro corazón. Son el signo elocuente de la ternura infinita.

En el altar de todas las iglesias, en el sagrario del templo más sencillo, en la custodia más artística que sale procesionalmente a la calle el día del Corpus, Jesús, el Salvador, el Señor, está verdaderamente presente. La Eucaristía es la más bella invención del amor de Cristo.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Éxodo 24, 3-8 Sal 115, 12-13. 15 y 16bc. 17-18
Hebreos 9, 11-15 san Marcos 14, 12-16. 22-26

de la Palabra a la Vida

Los antiguos entendían que en la sangre se encuentra la sede de la vida. Cuando la sangre se pierde, la vida se va. Cuando la sangre se da, se da la vida. Pero por Cristo todo ha sido renovado de tal forma que en la creación se inserta, no sólo la vida, sino también la vida eterna.

Así nos sucede con el agua del bautismo, agua que por la invocación del nombre de la Trinidad, nos confiere vida eterna. Así nos sucede con el pan y el vino, que por la invocación del Espíritu Santo se transforman en alimento divino, comunión con la vida eterna que Cristo nos ha conseguido por Pascua.

Por eso, las lecturas que escuchamos en este domingo del Corpus Christi nos acercan al misterio de la sangre a lo largo de la historia de la salvación. Para el pueblo de Israel, la sangre del cordero inocente con la que se regaba el propiciatorio del arca de la alianza purificaba al pueblo de sus pecados. Sin embargo, como el sumo sacerdote no era sin mancha, era necesario que cada año entrara a pedir perdón por los pecados propios y del pueblo. Al llegar la plenitud de los tiempos, el rito ha alcanzado también la plenitud en Jesucristo. El sumo sacerdote del Nuevo Testamento, a la vez cordero inmaculado, ha derramado su propia sangre una vez para siempre por la salvación de su pueblo, por el perdón de nuestros pecados.

De esta forma, no es solamente el culto pleno el que puede darse, eterno, perfecto, sino que la alianza también es ahora alianza nueva y ya eterna: la sangre de Cristo, derramada por nuestra salvación, contiene la fuerza de vida suficiente como para obtener el perdón de los pecados, como para que el hombre pueda recibir la victoria sobre el pecado y la muerte.

De ahí que la gran novedad de Cristo tiene un punto culminante, que presentaba la carta a los Hebreos: nos lleva al culto del Dios vivo. El culto del Dios vivo no sucede una vez al año, sucede durante toda la vida. Al nuevo sacerdote, con la nueva ofrenda, le complementa el nuevo santuario, Cristo mismo en quien nosotros somos uno. Por eso, la vida entera del creyente, de aquel que recibe en la eucaristía la sangre de Cristo, se convierte en vida nueva, vida ofrecida.

A Dios se le da gloria con la vida entera, con nuestras palabras y decisiones, con nuestros deseos y nuestros pensamientos, con nuestras acciones de cada día. De ahí que la celebración del sacramento dé paso a la celebración de la vida. Y, además, sin solución de continuidad. Así como el «amén» de la plegaria eucarística encuentra rápida continuidad en el «amén» de la comunión, la celebración del sacramento conduce inmediatamente a la celebración de la vida como ofrenda al Padre, realmente, el Espíritu ha convertido nuestro espíritu en el Espíritu de Cristo, como si de una transfusión se tratara, y ahora todo nuestro ser alaba al Padre por Cristo.

¿Cómo es la ofrenda al Padre que hago de mi vida? ¿Experimento en mí «sí» al Padre de cada día la unión con el «sí» de Cristo? ¿Puedo hablar de que hay una continuidad entre el alimento que recibo en misa y el alimento en que me convierto fuera de ella?

El Corpus es, sin duda, fiesta sacramental, y por lo tanto, manifestación de la Iglesia y del creyente. Por eso, al contemplar la ofrenda de Cristo en la última cena, presentemos hoy nuestra ofrenda sacerdotal, el compromiso de toda una vida agradable a Dios.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

El jueves siguiente a la solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar. La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi; a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios.

La devoción eucarística, tan arraigada en el pueblo cristiano, debe ser educada para que capte dos realidades de fondo:
– que el punto de referencia supremo de la piedad eucarística es la Pascua del Señor; la Pascua,
según la visión de los Padres, es la fiesta de la Eucaristía, como, por otra parte, la Eucaristía es ante todo celebración de la Pascua, es decir, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús;
– que toda forma de devoción eucarística tiene una relación esencial con el Sacrificio eucarístico, ya porque dispone a su celebración, ya porque prolonga las actitudes cultuales y existenciales
suscitadas por ella.

A causa precisamente de esto, el Rituale Romanum advierte: «Los fieles, cuando veneran a Cristo, presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia deriva del Sacrificio y tiende a la
comunión, sacramental y espiritual».

(Directorio para la piedad popular y la liturgia, 160-161)

 

Para la Semana

Lunes 4:

2Pe 1,2-7. Nos ha dado los inapreciables bienes prometidos, con los cual es podéis participar del mismoser de Dios.

Sal 90. Dios mío, confío en tí.

Mc 12,1-12. Agarraron al hijo querido, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
Martes 5:
San Bonifacio, obispo y mártir. Memoria.

2Pe 3,12-15a.17-18.  Esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva.

Sal 89. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Mc 12,13-17. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Miércoles 6:

2Tim 1,1-3.6-12. Reaviva el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos.

Sal 122. A ti Señor, levanto mis ojos.

Mc 12,18-27. No es Dios de muertos, sino de vivos.
Jueves 7:

2Tim 2,8-15. La palabra de Dios no está encadenada.Si morimos con él, viviremos con él.

Sal 24. Señor, enséñame tus caminos.

Mc 12,28b-34. No hay mandamiento mayor que estos.
Viernes 8:
Sagrado Corazón de Jesús. Solemnidad.

Os 11,1.3-4.8c-9. Mi corazón está perturbado.

Salmo: Is 12,2-6. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

Ef 3,8-12. 14-19. Comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento.
Jn 19,31-37. Le traspasó el costado, y salió sangre y agua.
Sábado 9:
Inmaculado Corazón de María. Memoria.

2Tim 4,1-8. Cumple tu tarea de evangelizador. Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el Señor me premiará con la corona merecida.

Sal 70. Mi boca contará tu salvación.

Lc 2,41-51. Conservaba todo esto en su corazón.