28/5/2018 – Lunes de la 8ª semana de Tiempo Ordinario.

Tal vez el problema del joven rico no fue sólo su apego a las riquezas, sino su ignorancia. Como todos los ricos, vivía en el engaño. No sabía en el fondo cual era su verdadera riqueza y, a la postre, cual era su verdadera pobreza:

Tendríamos que aprender a mirarnos pobres. Porque todos somos pobres. Somos pobres porque somos limitados. Somos pobres porque somos pecadores. Somos pobres porque sufrimos. Somos pobres porque somos mortales.

Esta es la mirada humana, profunda, limpia, verdadera, que recupera la riqueza esencial del marginado y excluido, la de su infinita dignidad como hijo de Dios, y la farsante e injusta desproporción de esta riqueza con sus carencias. Es la única mirada radical que iguala al que tiene con el que no tiene, y que hace irresistible la reacción, de puro dolor, que a la vez extirpa del pobre su miseria y del rico su arrogancia, porque con la primera el rico oscurece la dignidad del pobre, a la vez que desfigura su propio rostro, enmascarado. Esta mirada cambia, convierte, libera y salva.

Es la mirada que implora el pobre. A veces es lo único que coincide entre lo que pide y lo que realmente necesita. Hay especialistas en el trabajo social que creen que la promoción sustituye la caridad, cuando la verdadera caridad es la única capaz de promocionar, pues es la única manera de mirar así, y de despertar así la dignidad, y con ella la responsabilidad, el sentido y las ganas de vivir. Quien ama es quien se hace uno con la persona que ama, quien vive el otro, quien se despoja de si mismo en la acogida al otro. Saber amar es saber mirar, y saber mirar es saber amar.

Es la mirada la que desvela la superficialidad, falacia, inconsistencia y frugalidad de lo que normalmente llamamos no se si riqueza, pero si seguridad, o calidad de vida. Cuando ninguna de estas legítimas aspiraciones es capaz de llenar el verdadero anhelo de felicidad humana. Nos bastaría esta mirada para acariciar el tesoro que siempre es la riqueza del otro, para adquirir el atractivo de la solidaridad, que es el de bajar a la mina de esas pepitas de oro puro, limpias del barro de las riquezas, pero escondidas y enterradas en los suelos de la marginación y la miseria.

La santa Madre Teresa de Calcuta lo explicó mucho mejor: “A los ricos les falta de todo, porque siempre están insatisfechos y tratan de poseer cada vez más. Los pobres viven con serenidad. Cuando los ricos empiecen a compartir lo que tienen con los pobres, encontrarán la serenidad que andan buscando como locos, y que su dinero no les puede dar”.