Comentario Pastoral

NO ECHAR LA CULPA AL OTRO

Es difícil reconocer el propio fracaso, admitir personales limitaciones, confesar sinceramente nuestra culpabilidad. No son demasiados los sinceros que viven en humildad y verdad.

La liturgia de este domingo décimo del tiempo ordinario nos propone como primera lectura el relato de la primera tentación del paraíso, narrada en el capítulo tercero del Génesis. El hombre se siente desnudo en la presencia de Dios, que le pregunta si ha comido del árbol prohibido. Adán echa la culpa a Eva, su mujer. Dios dice a Eva por qué ha incitado a su marido y ella echa la culpa a la serpiente.

La sinceridad es una asignatura pendiente en la vida de muchos cristianos, porque el recurso fácil de autodefensa es culpar al otro. Nosotros siempre somos los buenos, los sufridos, las víctimas de todo y de todos. Son los demás los malos, los que incitan, los que hacen caer, los que no nos dejan vivir en la plenitud de los bautizados, los que desgarran nuestra alegría. La eterna canción de hoy y de siempre son los demás.

Existe también el peligro de querer arreglar las cosas que van mal siendo exigentes con los que tienen responsabilidad, con los que nos mandan. En la Iglesia queremos que se conviertan los curas y los obispos y nosotros no vemos la urgencia de la propia conversión. Pedimos que el Papa se comprometa más y hable más claro y nosotros estamos mudos y con las manos atadas. Pienso que en la hora actual de la Iglesia no es todo responsabilidad de los de arriba, sino compromiso de los de abajo.

Evidentemente que todo influye porque vivimos en mutuas relaciones. Nuestras actitudes y silencios, nuestras alegrías y dolores repercuten en los demás, y a la inversa. Pero en definitiva cada uno con su nombre y apellido propio es el responsable. Todos somos llamados al juicio de Dios: ¿Cuál es nuestro compromiso en la Iglesia y nuestro concurso en el mundo? No es excusa afirmar que estamos en una etapa de tránsito, de crisis, de desorientación; que no vemos claros los cambios en la Iglesia; que son demasiado duras las exigencias que la fe nos pide para con los pobres.

Sabemos -y el evangelio de este domingo nos lo recuerda- que la vida es una continua lucha contra el mal, llámese serpiente, Satanás o Belzebú. Nuestra lucha contra el espíritu del mal es el gran reto de los que creen en Dios Salvador. Es preciso llenarse de la fuerza de Cristo para poder triunfar sobre el espíritu que nos tira por tierra y nos impide andar en verdad.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Génesis 3, 9-15 Sal 129, 1b-2. 3-4. 5-7ab. 7cd-8
san Pablo a los Corintios 4, 13 – 5,1 según san Marcos 3, 20-35

de la Palabra a la Vida

En esta vida tenemos un enemigo. Uno y sólo uno. No podemos ir por ella pensando que todo es bueno, que todo está bien, que todo será fácil o no tendrá que ser. Es un enemigo declarado desde el principio, desde el Génesis. Existe una hostilidad real, una guerra sin cuartel, una lucha a vida o muerte. No son formas de hablar, pues el mismo Dios ha dejado claro desde Adán y Eva que así será hasta que Él vuelva. Entonces será vencido, porque ya ha sido vencido, pero obra en medio de nosotros, aquel que desde el principio se ha puesto contra Dios y contra el hombre.

Satanás busca, desde el principio, sencillamente, que no hagamos la voluntad de Dios. En eso consiste su tarea, en separarnos de Dios y en separarnos de su voluntad, una tarea que realiza normalmente mediante el engaño. Así, mientras que forman la familia de Dios, tal y como Jesús dice en el evangelio de hoy, los que hacen la voluntad de Dios, se alejan de esa familia aquellos que, al escuchar la voluntad de Dios, prefieren no hacerla.

Hasta tal punto quiere el Señor que nosotros hagamos, como Él hace, la voluntad del Padre, que incluso en el caso de que el tentador nos engañe, Él permanece dispuesto a perdonar para que podamos volver a escuchar su Palabra, a cumplir con la voluntad de Dios. Por eso, el salmo nos recuerda que «del Señor viene la misericordia, la redención copiosa». Porque el Señor concede su perdón a todo aquel que confía en su poder y en su victoria: sólo queda fuera de ese perdón quien considera que la misericordia del Señor tiene límites, que su poder no alcanza a la victoria sobre el pecado, que la conversión, fruto de la cooperación del Espíritu en nosotros, es imposible. Cada vez que encontramos, por tanto, a Jesús expulsando demonios en el evangelio, cada vez que hace así en la vida de la Iglesia, manifiesta la realidad de su victoria, que ya ha sucedido, nos invita a seguir confiando en su poder.

La debilidad y el pecado quieren hacer mella, no sólo en nuestras acciones, sino también en nuestra capacidad para cambiar el corazón, pero el Señor está de nuestro lado: por eso podemos repetir una y otra vez, ante la tentación, ante el deseo o la ira, ante la impaciencia o la desconfianza, con el salmo de hoy: «Mi alma espera en el Señor».

La celebración de la Iglesia es siempre una invitación a escuchar la Palabra de Dios para cumplirla, y además una manifestación de cómo Dios vence al pecado y al Tentador por obra de la gracia. Cuando la Iglesia escucha hoy estas lecturas, tiene que entender el aliado tan poderoso que tiene, el amigo verdaderamente fuerte y sabio que tiene, para no dejarse llevar por cualquier forma de engaño de quien no le quiere ningún bien.

La obra de la gracia crea una sensibilidad y una sabiduría en el corazón del hombre que le tienen que servir para reconocer las insinuaciones del tentador y no prestarles atención. ¿Quién me quiere bien? Cristo y sus amigos, la Iglesia. ¿Quién busca aprovecharse de mí y dejarme solo? Satanás. Confiemos en la palabra del Señor en la Iglesia, recordando las palabras que dirigió a Pedro en el evangelio de san Mateo: «tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará».

Diego Figueroa

al ritmo de las celebraciones

Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

El viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, la Iglesia celebra la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús. Además de la celebración litúrgica, otras muchas expresiones de piedad tienen por objeto el Corazón de Cristo. No hay duda de que la devoción al Corazón del Salvador ha sido, y sigue siendo, una de las expresiones más difundidas y amadas de la piedad eclesial.

Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la expresión «Corazón de Cristo» designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de santificación para toda la humanidad. El «Corazón de Cristo» es Cristo, Verbo encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos.

(Directorio para la piedad popular y la liturgia, 166)

Para la Semana

Lunes 11:
San Bernabé, apóstol. Memoria.

Hch 11,21b-26; 13,1-3. Era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe.

Sal 97. El Señor revela a las naciones su justicia.

Mt 5,1-12. Dichosos los pobres en el espíritu.
Martes 12:

1Re 17,7-16. La orza de harina no se vació, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.

Sal 4. Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro.

Mt 5,13-16. Vosotros sois la luz del mundo.
Miércoles 13:
San Antonio de Padua, presbítero y doctor. Memoria.

1Re 18,20-39. Que sepa este pueblo que tú eres el Dios verdadero, y que tú les cambiarás el corazón.

Sal 15. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

Mt 5,17-19. No he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Jueves 14:
Dedicación de la Iglesia Catedral. Fiesta en Madrid.

1Re 18, 41-46. Elías oró, y el cielo derramó lluvia.

Sal 64. Oh Dios, tú mereces un himno en Sión.

Mt 5,20-26. Todo el que esté peleado con su hermano será procesado.
Viernes 15:

2Cron 8,22-23.27-30. Te he construído un palacio, un sitio donde vivas para siempre.

Salmo: 1Cron 29. Alabamos tu nombre glorioso,Señor.

Jn 2,13-22. Hablaba del Templo de su cuerpo.
Sábado 16:
Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, virgen. Memoria.

1Re 19,19-21. Eliseo se levantó y siguió a Elías.

Sal 15. Tú eres, Señor, el lote de mi heredad.

Mt 5,33-37. Yo os digo que no juréis en absoluto.