Tobit 2, 9-14

Sal 111, 1-2. 7-8.9

San Marcos 12, 13-17

La familia de Tobit está pasando por un momento de tensión, deberían ir aun asesor matrimonial. A Tobit el excremento de gorrión -con la inapreciable ayuda de los médicos-, le han dejado ciego. Se ha quedado encerrado en su ceguera, empeñado en dar lástima a su familia y trabajo a su mujer. Sin embargo sigue queriendo vivir la bondad y la justicia, pero al estar encerrado en sí mismo, desconfía de su mujer. Entonces ella se enfada: “me replicó: – “¿Y dónde están tus limosnas? ¿Dónde están tus obras de caridad? ¡Ya ves lo que te pasa!” Tristemente nos pasa como a Tobit muchas veces. Pedimos justicia, predicamos la bondad, pero desconfiamos de todo lo que no hagamos nosotros mismos. Hacemos de la bondad un patrimonio nuestro, exclusivo, y desconfiamos de lo que hacen los demás. Muchas encíclicas de los Papas se dirigen a los obispos, sacerdotes, fieles y “todos los hombres de buena voluntad.” Tenemos que dejar ser buenos a los demás, aunque no sean como nosotros, aunque piensen lo contrario, aunque sean nuestros detractores y enemigos. Cada cristiano debería alentar todo lo bueno, hermoso y bello que surge en el mundo, a fin de cuentas no estaría allí si Dios no estuviese detrás. Desgraciadamente cuando el mundo se aleja de Dios se suele perder de vista la belleza y se camina hacia el absurdo, el abstracto o el vacío. Pero sigue habiendo muchas personas buenas por el mundo y hay que alentar su labor, darles ánimos y apoyarles y ya les encauzaremos hasta Dios, que es la fuente de toda bondad y belleza.

«Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios a Dios.» Los cristianos no podemos desvincularnos del mundo ni, mucho menos, hacer un mundo paralelo sólo para nosotros. Nos toca vivir en el mundo y transformarlo para que vuelva a su ser, como recién salido de las manos de Dios tras ser redimido por Jesucristo. Por eso todo lo que tenga la huella del Espíritu Santo, todo aquello que sea bueno, debemos alentarlo y promoverlo.

La Virgen nos ayuda a mirar el mundo con ojos de madre, que siempre descubre lo mejor de sus hijos. Ojalá consigamos un mundo en que todos nos alegremos de los éxitos de los demás, promovamos todo lo bueno, y no nos encerremos en nosotros mismos para que cuando tropecemos (el pecado siga presente) nadie nos tenga que decir: ¡Ya ves lo que te pasa!.