Algunos Padres de la Iglesia señalan que el pequeño grano de mostaza, o la semilla minúscula que cae a tierra es el mismo Cristo. Así, dice Cromacio de Aquileya: “El Señor se comparó a sí mismo a un grano de mostaza: siendo Dios de gloria y majestad eterna, se hizo un niño muy pequeño, puesto que quiso nacer de una virgen tomando un cuerpo de niño. Lo pusieron en tierra cuando su cuerpo fue enterrado. Pero después de haberse enderezado de entre los muertos por su gloriosa resurrección, creció tanto en la tierra que llegó a ser un árbol en cuyas ramas habitan los pájaros del cielo.

No sólo Dios se ha hecho pequeño para traer la vida de la gracia a la tierra, sino que nos enseña, también mediante este ejemplo, su paciencia. Con frecuencia lo queremos ver todo acabado. Nos cansa la espera y, también en la vida espiritual, nos desanimamos si los frutos no se presentan inmediatamente ante nuestros ojos. Pero Dios es paciente con nosotros.

La parábola, a su vez, enseña que todo el desarrollo depende de la gracia: “va creciendo, sin que se sepa cómo”. De aquí no se sigue una pasividad por nuestra parte, sino algo mucho más activo: la confianza. Aunque no lo parezca, cuando confiamos ponemos en tensión todo nuestro ser, porque lo esperamos todo de Dios. De alguna manera nos hacemos totalmente disponibles y, al mismo tiempo, confesamos que lo esperamos todo de Dios. La confianza nos va descubriendo también, a cada uno, caminos para cooperar con Dios. Porque la semilla, aunque parezca inactiva, va desarrollándose. Y así también nosotros, en la relación con Dios, vamos encontrando la manera de responder: de acoger el amor que Dios nos muestra.

Por otra parte, la parábola también nos enseña un método de trabajo: a los padres, a los amigos, a los catequistas, a los sacerdotes, a los cristianos en general. Hace poco leía un libro sobre la paciencia en los primeros siglos de la Iglesia. Aunque no me convence todo lo que dice el autor sí que me llamó la atención su tesis de que en los inicios de la Iglesia la paciencia fue como un fermento que, también lenta (no siempre tanto) y misteriosamente fecundo la sociedad del imperio romano. Señala él que, muchas veces, las comunidades no tenían grandes planes de evangelización ni su impulso misionero era muy importante. Sin embargo, la vida que iba arraigando en los creyentes, la amistad entre ellos, la adquisición de virtudes a menudo menospreciadas (como la humildad o la generosidad), y la caridad hacia los demás, resultaban enormemente atractivas para los que aún no eran cristianos.

Entrar en el misterio de la pequeña semilla, en la que ya se contiene el Reino, es entrar en el corazón de Jesús: de su misericordia. Es por ella que se ha abajado hasta nosotros haciéndose pequeño. Es así que también, con su mansedumbre, nos va conduciendo con bondad hacia nuestra salvación. Pequeñez que nos llama a la humildad.

Que la Virgen María nos ayude a acoger en nosotros la semilla de la Palabra para que dé fruto. Que la semilla del Reino crezca también en todo el mundo y y los hombres conozcan el amor que Dios les tiene.