Miércoles 20-6-2018 (Mt 6,1-6.16-18)

«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos». La tentación del aparentar es casi más antigua que el mundo. Ya el tercer hombre que hubo sobre la tierra, Caín, pecó por intentar agradar a Dios con unos gestos y sacrificios exteriores vacíos y huecos. Desde entonces, siempre las personas hemos buscado vivir más de lo que los demás ven, piensan y opinan de nosotros que de una conciencia recta y sincera delante de Dios. Por eso, valoramos mucho más la fachada de una casa, sus decoraciones y acabados vistosos, que los cimientos que sostienen todo el edificio. En definitiva, que tan antiguo como el mundo es aquello que hoy se llama postureo. Valorar a los demás y valorarnos a nosotros mismos por lo que se ve, por la fachada, y por lo que los otros dicen de mí. Sentirnos queridos por tener un millón de “amigos” en las redes sociales y cientos de miles de likes en nuestras fotos. Pensar que vamos a la última porque hacemos exactamente lo último que hemos visto en la televisión o en Internet…

«Os aseguro que ya han recibido su paga». Existe, por supuesto, también un postureo religioso o espiritual. Consiste sencillamente en vivir nuestra relación con Dios sólo desde la fachada, desde lo que los demás ven y opinan. Así, nos contentamos sólo con gestos exteriores que no reflejan la verdad de nuestro corazón. Jesús hoy nos lo muestra con tres ejemplos concretos: la limosna, la oración y el ayuno. La limosna hecha por compromiso social o por acallar una conciencia comodona e hipócrita. La oración aparatosa, ruidosa y pomposa que cree que pude agradar a Dios con la mucha palabrería y los gestos exagerados. El ayuno quejoso, amargo y sacrificado que no se transforma en una sonrisa para hacer la vida más agradable a los demás… Pero todo esto no lo quiere Dios. Los hombres ven la fachada; Dios ve el interior del corazón. Las alabanzas de los hombres duran los instantes de la cresta de la ola; el amor de Dios dura por siempre.

«Para que lo vea tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará». Ante Dios no hay postureos. Porque podemos engañar a los hombres, pero no a Dios. Ni siquiera podemos engañarnos a nosotros mismos: tendremos miles de “amigos” en Facebook, pero no tenemos a nadie con quien disfrutar una cena tranquila y alegre. Es muy bueno pensar de vez en cuando: ¿yo hago lo mismo cuando hay gente delante que cuando no hay nadie?, ¿procuro por todos los medios hacer notar a los demás las cosas buenas que hago?, ¿guardo con Dios una lista de haber-debe? Hoy es un buen día para quitarnos todas las caretas en nuestra relación con Dios y pedirle que nos de un corazón sencillo y sincero. Decidirnos a cuidar más lo de dentro que lo de fuera. Portarnos no como empleados que buscan aparentar ante su jefe, sino de verdad como hijos que se saben amados por su Padre. Así viviremos para agradarle en todo a Él y sólo a Él.