Jueves 21-6-2018 (Mt 6,7-15)

«Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos». Orar es hablar con Dios. Es conversar con Él, como un hombre habla con su amigo. Es contarle nuestras alegrías y penas, nuestras preocupaciones y deseos, nuestros éxitos y fracasos. Pero hablar es siempre cosa de dos. Si uno sólo habla y el otro sólo escucha, no estamos ante una conversación, sino ante un monólogo… Por eso, Jesús hoy nos advierte de la tentación de aquellos «que se imaginan que por hablar mucho les harán caso». Esto nos sucede cuando convertimos nuestra oración en verborrea, en repetición mecánica de sonidos, en un aluvión de quejas y peticiones que dejarían exhausto a cualquiera que nos escuchara. No nos podemos olvidar que hablar es cosa de dos. Cuando rezamos tenemos muchas veces que hacer silencio, acallar nuestra voz y escuchar a Dios que nos habla al corazón. Hoy le pedimos a Dios que nos conceda una oración sencilla y confiada, humilde y perseverante. Que nuestra oración sea como la de aquel sencillo campesino de Ars; cuando su santo cura le preguntó por qué que se pasaba tantas horas ante el sagrario, el hombre respondió simplemente: «Yo le miro y Él me mira». Esta es nuestra oración.

«Vosotros rezad así: “Padre”». Entonces, no hacen falta muchas palabras para rezar… De hecho, sólo hace falta una: “Padre”. Lo más importante que nos ha enseñado Jesús es a dirigirnos a Dios como hijos suyos, a llamarle con toda sencillez y naturalidad “padre”, “papá”. Esto es lo que ha revelado Jesucristo: un Dios que es Padre. En esta palabra se resume toda nuestra oración y nuestra vida. Somos hijos, por eso debemos acudir constantemente al único que sostiene nuestra existencia. Somos hijos, por eso necesitamos experimentar todos los días el Amor de aquel que nos quiere infinitamente, más que todas las madres y todos los padres de este mundo juntos. Somos hijos, por eso tenemos que aprender a abandonarnos confiadamente en los brazos de un Dios que nunca nos va a fallar y que quiere lo mejor para nosotros siempre y en todo momento. Somos hijos, por eso no podemos sorprendernos de que seamos débiles y pequeños, pero siempre dispuestos a volvernos de corazón a la casa del Padre siempre que por el pecado nos alejemos de Él.

«Padre nuestro, que estás en el cielo… y líbranos del mal». ¿Cuántas veces rezamos el Padrenuestro a lo largo del día? ¿A lo largo de la semana? Puede ser que esta oración se haya convertido para nosotros en esas «muchas palabras» de las que habla el Señor… Pero esta oración no es una oración más. Son unas palabras que salieron de labios del Salvador. Cada frase, cada palabra, cada sonido ha sido pronunciado por Cristo, por el mismo Dios en la tierra. Por eso, nunca nos podemos acostumbrar a rezar con las mismas palabras de Jesús. Al contrario, cada vez que las repetimos, nuestro corazón se va pareciendo más al Corazón de Cristo. Así, nuestros sentimientos serán los suyos, nuestros sentimientos y nuestras peticiones serás los suyos. Hoy, cuando reces el Padrenuestro, saborea cada una de las palabras y procura que tu mente concuerde con tu voz al pronunciarlas.