La primera lectura de este jueves tomada del II Libro de los Reyes nos presenta uno de los episodios más tristes de la Historia del Pueblo, nos cuenta la caída de Judá y la deportación a Babilonia. El idilio entre Dios y su Pueblo tras la liberación de Egipto se queda en nada, los notables son deportados, el templo es arrasado, la autoridad real es sustituida… Si uno leyera sólo esta lectura quedaría con mal sabor de boca puesto que parece que para el Pueblo de Israel ya no hay esperanza, es la historia de una derrota.

Sin embargo, como todos conocemos la Historia de Israel, la Historia de la Salvación, sabemos que la relación entre el Pueblo y Dios está plagada de estas idas y venidas, de estos episodios de alejamiento y rechazo del amor de Dios, de fracaso y de éxito… En la historia de la Salvación no hay noche, por oscura que esta nos pueda parecer, a la que no le suceda la luz del Sol, el amanecer radiante y vivificador. Cuanto podemos aprender de la Historia del Pueblo de Israel para poder comprender y vivir con serenidad nuestra propia historia.

El Evangelio continúa con su presentación sapiencia de Jesús, como en los días pasados, el Evangelista pone en boca del Maestro una historieta, un relato de corte universalista (seguro que al leerlo muchos han pensado en la fábula de los tres cerditos) que pretende ser una enseñanza práctica para nuestras vidas. Hoy nos recuerda la importancia de poner en la base de nuestra vida el fundamento sólido que la mantenga en la tempestad. Hoy como ayer y como mañana los hombres nos encontramos con el desafío de cimentar nuestra existencia en lo efímero o en lo eterno, en las cosas o en Dios, en la Revelación o en el capricho, y esta decisión, que es de radical importancia para nuestras vidas, la hacemos a veces a la ligera, sin ponderar adecuadamente los pros y los contras, de forma inconsciente, dejándonos llevar por el tambor de la tribu o por el sol que más caliente.

Si el Pueblo se perdía y se alejaba de Dios, y fracasaba en sus afanes, no era fruto del azar o de la suerte, sino de sus malas elecciones, de su pretensión de construir con valores efímeros el mañana. Nuestras vidas, las vidas de nuestras instituciones, nuestra misma sociedad, están condenadas al fracaso si construyen sobre la moda y los valores efímeros por razonables y modernos que parezcan.

Que Dios nos conceda construir nuestra vida sobre la roca, y así podamos disfrutar de una vida plena, no exenta de dificultades, pero en la que nunca experimentaremos el fracaso de la deportación, el fracaso de la pérdida del sentido, de la pérdida de Dios.