Hoy vamos a hacer un ejercicio de distopía:

Dicen que vivimos en la sociedad del bienestar.“Pero el bienestar material de que gozamos, sobre todo el hemisferio del Norte es disfrutado por los potentados y los ricos, mientras los pobres y desvalidos son oprimidos cada vez más por los dirigentes, los terratenientes y los grandes comerciantes. Las clases poderosas del mundo atribuyen la prosperidad y la paz política a su buen hacer y al esplendor de los cultos y ritos que se practican en los santuarios. Dios, piensan ellos, debe de estar satisfecho, pues las cosas les van bien, al menos para los potentados. Las prácticas religiosas han llegado a convertirse en un conjunto de ritos y festividades ostentosas, pero huecas y separadas de la interioridad de las conciencias y de la rectitud de la conducta moral: para muchos poderosos son una especie de disfraz de sus arbitrariedades. Así las cosas, las injusticias sociales llegan a una situación intolerable para la vida del pueblo, que debe regirse por los principios éticos y los mandamientos expresos de la Ley de Dios”.

No se preocupen, no me entrado un virus populista, yo procuro rezar.

Pregunta: ¿Dé dónde es este texto que acabas de leer? Pues cambiando algunas palabras (por ejemplo, hemisferio por reino), y poniendo el tiempo de los verbos en pasado, es la introducción al libro de Amós de la Biblia de la Universidad de Navarra.

La humanidad no ha cambiado tanto en casi 22 siglos, y Dios no ha cambiado nada. En medio de esa situación, Amós, un cultivador de higos (la traducción de ahora dice sicomoros, pero higos y sicomoros son de la familia), tiene que anunciar la Palabra de Dios a su pueblo, que vivía tan bien que se había olvidado de Dios. También hoy, tu y yo, cultivadores de higos, sacerdotes, representantes, zapateros, conductores de tren, universitarios, amas ( y amos) de casa, empresarios, políticos, criadores de cerdos – ¡ay, mis queridos cerdos! -, o traductores de sánscrito, debemos seguir diciendo las palabras de Jesús: «¡Animo, hijo!, tus pecados están perdonados».

Ayer rezábamos sobre la maldad del pecado, hoy sobre la belleza de la Gracia, del perdón. El mundo seguirá igual que en tiempos de Amós, pero la gracia de Dios sigue sacándonos de nuestra parálisis, por muy difícil que sea, y sigue sobrecogiendo y alabando a Dios. Ayer estuve viendo a un sacerdote enfermo en la unidad de cuidados intensivos. Estar postrado en la cama y con dolor le tenía bastante molesto. A cualquiera de nosotros nos ha pasado o nos puede pasar. La impotencia de no poder hacer, frustra mucho. Pensad en el paralítico del Evangelio, no sabemos cuánto tiempo llevaba dependiendo de sus amigos para ir a un lado o a otro, o quedándose en su casa pues los demás estaban “en sus cosas”. Pero un día como hoy, después de estar con Jesús, entró en su casa el solito, sobre sus dos piernas, sería un momento tremendamente emocionante. Piensa cuantas personas hoy arrastran su alma. Sí, tienen buena calidad de vida (o no), no tienen grandes preocupaciones, pero tampoco esperan nada de la vida. Arrastran sus pecados como arrastraba su armadura Robert de Niro en la película de “la Misión”. A lo mejor hoy, tu o yo, aunque seamos simples cultivadores de higos con más pecados que el más pecador del mundo, podemos llevar su camilla hasta un confesionario y pueda volver a su casa andando. Valdrá la pena intentarlo.

Virgen Madre María, no abandones este mundo de tu mano, llévanos otra vez a Jesús y que podamos levantarnos de nuestra camilla.