Continúa el anuncio de la persecución que el Señor hace a los discípulos y a todos los cristianos de todos los tiempos. Jesús, si ayer hacía hincapié en que hay que vivir del Espíritu en tiempos de persecución, hoy nos recuerda que no podemos ponernos por encima de quien es el maestro, que no podemos, en cierto sentido, evitar lo que Él vivió si nuestra lucha es por ser como Él.
Pero tenemos un arma poderosa que es la verdad. Esa que el Señor nos ha revelado y que constituye nuestro consuelo, pues las cosas son como son y no como a otros -o, incluso, a nosotros mismos- les gustaría. La cuestión ronda acerca de si somos veraces, de si vivimos en la verdad que, asimismo, nos garantiza la humildad.
Un cristiano no puede andarse con dobles juegos, antes bien ha de ser libre, pues sin libertad no se puede amar. Y no hay libertad sin verdad. Por tanto, luchemos por sacar a la luz, sin miedo, aquello que debamos poner en manos de Dios o en el prójimo que proceda. Una manera de ponerse en verdad que la tradición espiritual de la Iglesia ha recomendado siempre es la dirección espiritual, el acompañamiento, la vida cristiana siendo guiados de la mano de alguien de Iglesia que ya haya recorrido un camino y nos pueda guiar. Otro instrumento maravilloso es la confesión, claro que sí. Allí, cara a cara ante un sacerdote que deja de ser él mismo para ser Jesús, podemos sacar de lo más hondo aquellas verdades que, quizás, nos puedan pesar un poco más. Es un alivio para el alma y una ayuda fundamental en el caso de que esas verdades hayan de salir a la luz por lo que sea.
En otro orden de cosas, se nos llama también a vivir en la verdad de la confesión de nuestra fe: somos cristianos, creemos que Jesús es el Señor y estamos orgullosos de ello. Aceptamos y defendemos el contenido de la Revelación y las enseñanzas de la Iglesia a lo largo de la historia. Y, por eso, damos testimonio siempre y en todo lugar, como decía san Francisco de Asís: «da testimonio en todo momento y, si fuera preciso, también con las palabras».
Hoy puede ser un buen día para hacer un rato de oración pidiendo al Señor que ponga luz en nuestro corazón, en nuestra vida, y que, desde esa luz, seamos lo suficientemente valientes para vivir en verdad. ¡Ánimo!