Uno de los problemas más importantes del hombre es el egoísmo. Una de las lacras que se está descontrolada hoy en día es el egoísmo. Parece que cada vez, la gente es más egoísta y que el sistema occidental lo promociona y nos conduce a ello. El consumismo, el materialismo, el relativismo, el capitalismo salvaje, el biologicismo, etc, fomentan y tienen como base el hombre como centro de todo, expulsando a Dios de la vida pública e, incluso, eliminándolo de la existencia.

Si el problema en el siglo pasado era querer poner al hombre en el lugar de Dios, ahora llegamos a los extremos de poner el dinero, las encuestas o las urnas en ese lugar. El egoísmo esta desarrollándose hasta límites insospechados que pueden llevar al hombre a una cultura de la muerte y el descarte, que acabe con él. El salmo de hoy nos describe las causas.

Dios nos ha creado y, además, nos ha hecho sus hijos en Cristo. Esto que aprendemos de nuestra fe, porque nos ha sido revelado en la Sagrada Escritura y lo han vivido los cristianos de generación en generación, parece que es algo teórico y que no afecta nada a nuestra vida diaria. Pero es fundamental para comprender el sentido de nuestra existencia y el por que de la redención de Cristo. El egoísmo te cierra en ti mismo y te coloca falsamente en el lugar que no te corresponde, confundiendo y apartándote de la maravilla que eres. No nos encontraremos cerrados en nosotros mismos como centro. Hay que salir de nosotros mismos, vaciarnos del propio egoísmo, y llegar a amar de verdad a los demás.

La encarnación de Jesucristo, su muerte y resurrección, lleva como misión salvadora enseñarnos y ayudarnos a como amar como Dios ama, para salir de nosotros al encuentro de los demás, para realizar la capacidad de amar que Dios nos ha dado. No nos extraña que el Papa Francisco nos repita una y otra vez que hay que salir, que tenemos que vivir una Iglesia en salida.

Jesús es el modelo que nos enseña a salir para conformar nuestra voluntad, no a la de nosotros mismos o a la de otros, sino a la voluntad de Dios. Por ello, tenemos que salir de nuestras rutinas, escuchar al Señor, salir de esclavitudes de ideas o pecados y buscarle para que sane nuestras heridas y vivamos un perdón que nos levante y nos libere. Los fariseos no quisieron salir de sí mismos, de sus convicciones religiosas humanas y por eso eran ciegos, esclavos de sus preceptos e intereses. Así querían acabar con Jesús; habían sacado a Dios de sus vidas, de la sociedad judía, y se habían colocado ellos en su lugar.

Si nos cerramos, si no seguimos un camino constante de conversión, si no vivimos la Iglesia, corremos el peligro de encerrarnos. Sal, no tardes, el Señor te está llamando, hay que salir.