Que la madre de Juan y Santiago pusiera al Señor aparte para hacerle una sugerencia personal, es de los pasajes más divertidos del Nuevo Testamento. Porque revela entre líneas muchas cosas, entre ellas la confianza de los que se dirigían a Él, que le pedían de todo, le interpelaban, le sugerían, le rogaban curaciones, le acosaban a demandas personales. La gente sabía que aquel hombre atendía las exigencias del corazón. No es tan frecuente encontrar a alguien dispuesto a dejarse embestir por las propias quejas, y el Señor ahí estaba, con su corazón oyente.

Desde el momento en que la madre de los Zebedeos se entera de que sus hijos han sido nombrados “gente importante” del hombre del que todo el mundo hablaba en Palestina, se siente como la madre de Steven Spielberg después de recoger un Óscar. A las madres se les escapa ese pronto de echarse a llorar al ver que a sus hijos se les considera como uno entre un millón. Por eso si la madre de los Zebedeos no cogió al Señor de las costuras de su túnica, poco le faltó para exigirle un listado de intereses. Aquella mujer se puso a pedir que sus hijos “tuvieran una posición”. Qué mezquino es el hombre cuando deja hablar a su corazón, ¡un puesto!, ¡una condecoración, un buen arrimo! Qué triste, ¿no? Es cierto que es lo único que quieren muchos padres para sus hijos, que les vaya bien en la vida y aprovechen todas las circunstancias para crecer profesionalmente. Pero qué aguda la respuesta del Señor, “no sabéis lo que pedís”.

Hoy deberíamos rumiar una y otra vez esa frase, no sabemos, no sabemos, Señor, ¿qué hemos de pedirte para entender la vida? Tenemos la seguridad de que Dios es padre y no nos va a dar un desierto si le pedimos agua, pero nuestro problema es que fracasamos en la petición. ¿No sería mejor decirle a Jesús, con el que nos topamos a diario en la eucaristía, “Señor me dejo acompañar en este día por ti, quiero ver dónde te metes y alcanzarte, para que donde yo esté, estés también tú. Quiero pedirte que me aumentes la fe, y si toca dolor, pues ven al dolor y pon allí tus manos“? ¿Más que pedir no será mejor sugerirle que estoy dispuesto a convivir con Él?