Una de las principales plegarias de la religión judía es el Shemá Israel, una oración que recordará Jesús en su vida pública: “Escucha Israel, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. No hace falta ser muy avispado para darse cuenta de que no se puede amar de otra manera, porque uno ama con todo lo que es, con su cuerpo (las uñas, los dedos, los ojos) y con su alma (los deseos, los anhelos profundos, la voluntad). En el amor hay un empeño por darse enteramente. La fórmula de casamiento sigue puntualmente esos dictados del corazón humano: “en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. En esta fórmula hay una propuesta incondicional del corazón que cada día irá dando fruto.

Por eso, el Señor habla en el Evangelio de hoy del grano de trigo que cae en tierra y muere. La vocación del grano es quedar enterrado o, dicho más gráficamente, entregado a la tierra para filtrar su esencia con los nutrientes y dar mucho fruto, el milagro de una novedad absoluta. El proceso de germinación es muy interesante, porque la semilla por sí parece una criatura en reposo absoluto, adormilada, y de aspecto más bien pachucho. Pero en la tierra se desarrolla de manera imparable, es como si hubiera encontrado el medio adecuado para desencadenar su propio ser. El Señor, que estuvo en silencio treinta años disfrutando de la compañía de los hombres, cerca de aquellos que sembraban, de los segadores, que sabía de vendimias, recolección y cosechas, buscaba siempre el ejemplo más adecuado para hablar al corazón del hombre de su naturaleza.

No hemos nacido para el estrangulamiento de la soledad, ni para el aprovechamiento individualista, sino para el derramamiento, que es palabra infrecuente. No sólo se derraman la sangre y las aguas fuera de su cauce, sino también el corazón, que necesita darse enteramente para conocer su naturaleza. El que no se da se pierde, porque bloquea sus recursos naturales. En este punto se nos hace imprescindible oír a la Madre Teresa “no hay que hacer mucho, ni hacerlo todo, basta con estar en disposición de hacer”. El corazón creyente está “en modo atención”, porque sabe que su Señor le espera a diario en un millón de ocasiones para dar lo mejor de sí.